ALBADAS 66-92





Septiembre

El hombre de la calle se palpa la cartera en el bolsillo. Así a bote pronto piensa que le quedarán unos 20 euros de los que sacó ayer; las tarjetas de crédito hacen rígida la cartera de “piel legitima” marrón que le regaló su familia para Navidades. El hombre de la calle cruza el paso de cebra de la Ronda; acaba de dejar a su hija mayor en la Estación de Autobuses, estación abarrotada de chicos y chicas que en cuanto se adivinan se saludan alegres y alejan de su lado a los padres con gestos apresurados, con señales engañosamente displicentes; y los padres se apartan como desamparados, padres cuyos rostros borrosos recuerdan calcados a los de esos mismos chicos… cada uno con su pareja, piensa el hombre, sin saber sus apellidos se podría hacer como en aquellas viejas barajas (familia de bantúes, familia de esquimales, familia de tiroleses). El resto de euros, menos lo que ha costado el billete, se los ha dado a ella, para sus gastos, para lo que necesite. La niña les salió estudiosa y ya va por tercero de arquitectura. Valencia está a un paso pero siempre que en días como hoy, a comienzo de curso, el padre la acompaña (tirando él de la pesada maleta, maletín de ordenador y macuto al hombro ella), se le posa una sombra gris de sien a sien. Y la deja allí cuando se empieza a oír la voz precipitada de los altavoces y ella le sonríe leve desde el asiento. Ahora, al volver solo, parece que se hunde un poquito en aquellas mismas líneas paralelas, porque le pesan más los hombros que antes las maletas, que es como si le tiraran hacia atrás unas manos invisibles, eso siente. El hombre llama a su mujer para decirle que la niña ya se ha ido y que iba contenta. De nuevo en el trabajo, mira de refilón por la ventana; a la vuelta de vacaciones le dijeron que habría reajuste de horario y él con dignidad protestó lo que, como siempre, no tendría remedio. El hombre de la calle lee los periódicos y ve los telediarios. Sabe que le subirá aún más la hipoteca, sabe lo de los biocombustibles y lo del “encarecimiento previsible de los productos básicos”. Barrunta lejanas zozobras y se concentra en el trabajo: coloca activos y pasivos, capital, débitos y créditos… todo en su sitio y el balance perfecto. El hombre de la calle compra lotería todas las semanas y cupones a su amigo de la plaza del Torico; allí compra también el periódico, a veces El País, otras El Mundo, que no termina de “casarse” con ninguno y se entera que un tal Zawahiri ha instado a sus partidarios a “limpiar el Magreb de los hijos de Francia y España”. El hombre de la calle piensa que sólo es septiembre, todavía septiembre.







LA PARRA



Mira en las paredes de piedra, en los zaguanes. Busca en las casas encaladas de puertas de madera. Puedes tener suerte y descubrir alguno de los pocos ejemplares que nos quedan todavía en lo más frágil de Teruel. Haz la cuenta: ¿cuántas nos quedan? ¿una docena? ¿quizás menos? La que yo acabo de dibujar –porque no me quiero perder su silueta repleta de otoño– está casi escondida tras un muro cerca de la estación. ¿Cien años? puede, o tal vez más, bastantes más; de lo que no hay duda es que ella estaba aquí, formando parte de este todo, mucho antes que nosotros. No es alta, ni delicada, ni siquiera puede presumir de piel lisa y suave porque pronto su talle se le retorció y necesitó del apoyo de la valla, del hueco de inverosímiles esquinas, y se desparramó toda trepando sin cuerdas sobre la tapia. Hecha de nudos y de fruta deliciosa, dura y tierna a la vez, se le encaraman felices los zarcillos a la vieja parra. Si te sientas bajo ella, en un descanso del hervidero de la ciudad que se ha quedado suspendida en lo alto de la Escalinata, ves los racimos translúcidos y ya casi dorados. Es la vieja cepa de la Estación que a veces sueña y hasta le parece oír al despertar el rodar de un conocido tren de cercanías. La contagiosa melancolía de tantos viajeros como pasaron por aquí –de esa infantería vieja de las batallas perdidas– me hace recordar a mi abuelo, colocando pequeños saquitos a la parra de la casa familiar del Pinar; si cierro los ojos, vuelvo a ver las avispas buscando el moscatel y a él, canturreo bajo sombrero de paja, tapando uno a uno los racimos aéreos y morados. Los antiguos decían que plantar una parra junto a la puerta era llamar a la sonrisa de los dioses. Alegría, bienestar y algo de honor y jerarquía era el regalo por cuidar del hermoso emparrado en la fachada de la casa, por cumplir el recado divino. Son restos de civilización clásica, de cultura mediterránea en estado puro arraigada todavía en algunos recovecos de las calles de nuestra ciudad. Auténtico y centenario lujo que veo refugiado en ese otro rincón de casas pequeñas y tejados árabes donde cada jueves colocan el puesto de los bolsos. Allí, la hermosa parra, testigo antiguo de confidencias, forma una pérgola sabia que descubre sus hojas en invierno para dejar pasar el sol que amarillea al membrillo y se vuelve frondosa y oscura en el estío. Vuelvo al asfalto y dejo atrás soles de otros días; mi cuaderno se ha llenado de hojas y racimos, mientras lo cruzan ramas de sarmientos en un entramado de sabor a vino antiguo.






Y FUERON FELICES…

Puede que la imagen me asaltara de pronto por una de esas regresiones involuntarias y caprichosas del recuerdo, ya que cuando los vi llevaba bastante tiempo fuera de Teruel; puede ser que quizás definitivamente en algo remoto se parecieran, no lo sé, pero aparte de quedarme extasiada comprobando in situ toda la teoría que había aprendido sobre aquel apasionado/apasionante escultor francés, qué quieren que les diga: lo primero que me vino a la cabeza al verlos fueron las figuras de nuestros Amantes. Los veía allí de nuevo, pero por algún motivo que la historia no me había contado, esta vez estaban representados llenos de vida… Sentados juntos, abrazados con inmensa ternura, besándose por fin y mucho más desnudos que en nuestro mausoleo, estaban en París, rue de Varenne, Isabel y Juan. No más que un trozo de piedra, carbonato cálcico al noventa por ciento, pero en la sombra de “El Beso” de Auguste Rodin estaba atrapado el final feliz esperado por todos. El blanco mármol magistralmente tallado, la magia de la vida irradiando del corazón de la piedra hacia la luz, la clarividencia del artista, su lucidez, haciendo de la escultura de la pareja besándose, un reflejo continuo suspendido en el tiempo y en el movimiento interminable del Amor. Esos eran mis Amantes de Teruel: el momento detenido que yo les había elegido. Porque quería para ellos un final dichoso de cuento, o mejor un “no-final” para un cuento feliz que nunca queremos que termine, porque el final después de todo es siempre conclusión y cese. Pasados los meses, al volver a Teruel, me acerqué a verlos a su viejo y oscuro mausoleo, a aquella cámara de muertos de cortinas granates y aroma antiguo. Y comprendí al mirar sus manos, sobre todo al imaginar sus manos, que estaba muy equivocada y que su final, al contrario de lo que yo pensaba, fue el más perfecto que podía escribirse. La vida que está hecha de momentos, que es ‘momento’ siempre porque el pasado no existe y el futuro aún no ha llegado, nos da a veces instantes tan perfectos, tan redondos que todo lo que viene después nunca será igual, que todo lo que le sigue es ya una pérdida irreparable. Son instantes únicos, el ‘segundo’ que nos hace grandes y diferentes, extraordinarios, héroes, pequeños dioses. Ni siquiera imaginarlos felizmente juntos, recorriendo con sus hijos los porches de la Plaza del Mercado, o asomándose abrazados para ver la puesta de sol desde la Puerta de Guadalaviar mejoraría la grandeza de ese momento mágico que fue el deseo de un beso con la muerte uniéndoles definitivamente en un rotundo y sobrenatural “fueron felices por siempre jamás”.





MEMORIA E HISTORIA

Le mira complacida y espera. Aprovecha cuando él corta de improviso el seguido parloteo, y entonces si, entonces en ese descanso, en esa casi tregua, ella empieza a hilvanar sus frases: Hijo mío, hoy me ha dolido menos la espalda, ¿sabes? Además, el niño de los del segundo, ese morenito, me ha visto en la escalera y me ha subido la compra hasta casa, son buenos esos moritos y que ojos más dulces... Desde la vieja caja del reloj tiemblan con retraso nueve gongs graves y profundos, son la señal por la que como cada noche, Julia se levanta lentamente de su butaca y continúa hablando desde la cocina mientras saca del armario las dos tacitas de porcelana. Vuelve al salón con el café con leche humeante y las magdalenas y las tortas de anís y cañamones, que todo es poco para su niño Matías... Sabes hijo, que hoy he soñado con él? Estaba igual que la última vez que lo vi, sus hermosos ojos azules, tan simpático, tan alegre como él era... que ganas tengo de verle de nuevo y decirle lo que le he extrañado todos estos años, la falta que nos ha hecho... Sobre la mesa en un marco antiguo de plata aquella fotografía que él se hizo en el último invierno, ese antes de que comenzara “todo”. Su foto en lo alto de la Escalinata nevada, con aquella dedicatoria leída tantas veces: “a mi novia Julita con todo el cariño de su novio Andrés”... Julia niña rica, Julia hija de papá con gorra de plato y guerrera con tirilla y puños blancos. Julia hija de mamá con mantilla de blonda en la misa de los domingos. Julia la de manos blancas y finas, enamorada del joven maestro republicano, el de la sonrisa. Así les pilló la guerra a Julia y Andrés, haciendo planes, imaginando mañanas. “Aquello” comenzó y el novio se fue al frente. El padre de Julia al que adoraba, estaba en el “otro bando”. Aunque condecorado y ascendido poco pudo hacer por la felicidad de su niña: Andrés no resistió el frío del encierro. Ella nunca supo ni quiso saber de porqués, no reprochó ni guardó rencores; ella sólo sabía que le faltaba él, sólo pensaba en él. Y pasó el tiempo y Julita fue Doña Julia sin tumba donde llevarle flores. Sabes Matías, hijo mío... hoy he cenado como una reina... mejor que en aquellas cárceles tu pobre padre... una pena todo aquello, hijo mío, una pena. Y se levanta y apaga la televisión... Matías Prats, el simpático presentador de ojos azules, se ha despedido de la audiencia con un “buenas noches y feliz descanso” y Julia le hace caso aquel hijo deseado y quiere irse a dormir. Sabe que allí, entre los sueños, olvidará por fin los fríos párpados y volverá a ser sólo novia.



TEJADOS

Desde muy pequeña he vivido en las alturas; entiéndaseme bien: las alturas de un piso alto sin ascensor; de esos con escaleras interminables de las casas del Teruel viejo, del Teruel de siempre, el que se arremolina junto al Torico, al resguardado de las torres y sonidos de campanas. Y desde ese piso alto, mirador colgado sobre el Turia y conventos cerrados, se veía un mar de tejados ocres y anaranjados, que se volvían de charol granate cuando se reflejaba el cielo los atardeceres de lluvia. Las tejas árabes cubiertas por musgos y líquenes –verdes, dorados y pardos salpicando las alturas de los techados de las casas– eran el reino ático de nuestra ciudad. La humedad, el viento, la orientación… todo un complejo recital de notas hacían que ese cosmos suspendido frente al cielo fuera tan variado, tan diferente y complejo como la vida que discurría allá abajo, sobre los suelos de las calles. Italo Calvino diría que es ésta otra alma de la ciudad, una entre tantas pero alma al fin que puede resultar inagotable. Al menos así deben pensar los pájaros que anidan bajo sus tejas, o los gatos cimarrones esperando las cartas de sus novias, príncipes invisibles sin palacio, que saltan sobre el vacío, conquistando terraza a terraza los tragaluces. Es el reflejo blanco de la luna sobre las veletas herrumbrosas marcando un camino que deseamos y que quizás nunca tomaremos, y es también el reino de la fantasía, cuando en esos sueños imposibles que alguna vez nos regala la fortuna, recorremos la ciudad volándola solos, cual Fausto sin Mefistófeles inoportuno. Son el tesoro de los viejos tejados de la ciudad de siempre, el abrigo para una minúscula y riquísima vegetación que aprovecha cualquier resquicio para florecer cada primavera –flores violetas en los tejados de Teruel–; formas de vida espontáneas, manifestaciones vitales que nos hacen conservar la esperanza en la capacidad regenerativa y de superación de la naturaleza pese a nuestra constante acometida a este universo frágil, colgado del infinito, que cuesta años levantar y dos segundos destruir. En medio de este paisaje de arboladuras de antenas de televisión y siemprevivas bordeando las canaleras, a veces en verano puedes escuchar el ulular a la amanecida del autillo parado en los tejados del convento de “las monjas de arriba”, y quizás tener la suerte, cuando lleguen los próximos fríos, de adivinar en lo alto de la noche trasparente a Betelgeuse, o más abajo a la derecha de Orión, fascinarte con el brillo azul de la estrella Rigel besando los tejados de Teruel.




BIBLIOTECA

Asistí esta semana a la celebración del Día Internacional de la Biblioteca que este año ha tenido a Teruel como lugar de ceremonia. Oí esa tarde emotivos discursos ponderándola. Hablar de bibliotecas, hablar bien, sugerente y vehementemente de ellas es fácil hasta para una apasionada de los libros como soy yo, bibliotecaria de profesión. Espacio de libertad, templo del saber, arma cargada de futuro, ventana por abrir, ente de revulsión y superación, vuelo del espíritu y de la palabra… muchas y hermosas cosas se han dicho y escribirán de este mundo universal y a la vez tan íntimo y personal como son las bibliotecas. Y recalco lo de “íntimo y personal”, porque sin artes de brujería ni encantamientos que valgan, siempre hay una biblioteca invisible, única y propia dentro de la otra, esa material y tangible que todos conocemos y por la que transitamos entre estanterías numeradas. Ocurre que cada lector elige sus libros, y forma sin proponérselo un espacio particular, interior, profundo y secreto, al que dirige sus pasos inconscientemente cuando cruza la puerta de la biblioteca pública. Sabe, al avanzar por los pasillos amurallados de libros, que “los suyos”, sus autores preferidos, sus maestros, sus personajes, sus paisajes, sus aventuras, “sus libros” están todos allí en su biblioteca exclusiva y escondida con historia propia que es también la suya misma, la del lector, porque libros y tiempo van juntos de la mano haciendo vida. Libros que le saben lo mismo que él sabe de ellos y le esperan porque no son sin él, el lector, su lector. Y luego está la biblioteca de casa, ese auténtico hogar de nuestro espíritu. En las entrevistas a los escritores, suelen aparecer éstos con su biblioteca al fondo, como protegiéndoles más que autorizándoles. Me quedo entonces mirando el final de la foto, adivinado el título en los lomos, fijándome si están usados o cómo están colocados; a veces casi llego a adivinar a “los preferidos” en medio del habitual salvaje desorden —sí, suele ser así, “salvaje” hasta en casa de los bibliotecarios— Porque una biblioteca es también un espejo que si se sabe mirar bien dice mucho de su dueño. Estar ante sus libros es verle sin tapujos a través del tiempo, es saber de sus gustos, aficiones, hasta de sus carencias, preocupaciones y obsesiones; es una radiografía del alma en toda regla. Suponía, aunque he tardado, que algún día terminaría hablando de mi pasión por las bibliotecas... no he podido desaprovechar esta excusa singular, la celebración de su Día, para empezar a hacerlo, y me alegro.



PASEOS

Esta semana nos anunciaron que se va a empezar de nuevo la revisión del Plan de Urbanismo de Teruel, historia ésta de nunca acabar, hecha de pasos adelante y pasitos para atrás. Parece que para 2011 nos avisan que puede que los turolenses podamos contar por fin con este importante documento. Teniendo en cuenta que tendremos otras elecciones municipales “de por medio” antes que la revisión del PGOU esté terminada (un déjà vu más que preocupante), cruzo los dedos y les deseo –nos deseo– buena singladura y feliz puerto: ésta vez ya sí, ¡por favor!. Y puestos a hablar de deseos, si alguna vez me encontrara la lámpara con el genio urbanita que dicen aparece prometiendo maravillas, le diría a ese mago que una de las cosas que me gustaría que tuviera mi ciudad, además de un futuro en el que creyéramos todos (y paso de puntillas sobre esto último porque en cuestiones de fe allá cada cual con la que tiene), es un paseo. Un paseo sí, uno de esos largos, con árboles a los lados vistosos y frondosos, de los de verdad, de esos plantados en alcorques y no miniaturas en macetas. Me gustan esas avenidas de sombra en el verano y resguardadas del frío en el invierno que tienen muchos pueblos y ciudades españolas: acacias de flor blanca, viejos olmos, arces y castaños añejos, sóforas de época bordeando el camino de baldosines de colores desgastados por los pasos y la historia, o con suelo de piedra antigua y farolas art deco. Y la gente, sobre todo la gente paseando y haciendo ciudad, leyendo el periódico en los bancos, las mañanas soleadas de fiesta; vagando sin prisa y complaciéndose en las tardes amarillas como las de este otoño nuestro de ahora. Siempre he echado de menos un lugar así para Teruel. Y ya puestos a elegir me gustaría un paseo con solera, nada gris, de esos en los que sientes a tu ciudad viva mientras la caminas y puedes apretarle la mano a la gente, y sentarte en alguna de las terrazas —que seguro tendría terrazas y tiendas a los lados– para conversar con los amigos o ver pasar el tiempo. Y es que ya puestos a pedir de nuevo, lo que yo quiero son lugares de convivencia y no sólo de paso, plazas y espacios de encuentro donde el concepto de ciudad se plasma implícitamente. A veces pienso que una de las causas de que Teruel no acabe de creerse y apostar por si misma es que nos faltan esos espacios para “vernos”, para tener nuestra gente al lado. A esos tableros de dibujo que van a diseñar nuestra ciudad , que no al genio en el que no creo, les pido que construyan rincones y lugares de vida, aquí mismo , en Teruel, donde tenemos nuestros amores y raíces.




MALA RACHA

Cast a cold eye. Así se sentía Jesús, como si le hubieran echado un mal de ojo. De un tiempo a esta parte todo le salía mal. Empezó con pequeñeces: la copa que cae sobre la alfombra, el coche que se estropea, perder las gafas, perder el autobús, encontrar aquella llave... eso fue lo peor de todo: encontrar la llave y luego la duda de saber. En el bar, el ambiente y los comentarios de sus compañeros de mus estaban teñidos de un pesimismo, o más bien cinismo, que crecía conforme avanzaban la semana y las noticias. El par de horas que solía pasar allí entre charla y envido, no le ayudaban mucho a borrar esa sensación de que todo lo malo se le venía encima como un disparate. Joaquín, un tipo tan listo como puñetero, les soltó la parrafada de un tirón: “Al norte limitamos con ETA y con Sarkozy y Merkel; al oeste con Chávez, Evo, Lula, la Kirchner y Bush, nuestro ex; al sur con Muhammad y con Argelia, nuestra ex, cabreada con el Sahara; al este con Túnez, Irak y Libia; al noreste con los catalanes... es cierto lo que estáis pensando, estamos solos y que no nos pase nada.” Jesús pestañeó. Siempre le había gustado razonar con él, pues aunque le sabía egoísta, le reconocía muy inteligente y disfrutaba respondiendo a sus provocaciones, dejando ambos correr tan rápido el pensamiento como el corazón; pero esta vez no estaba por la labor de discutir sobre política exterior, ni sobre gobierno y oposición o calentamiento global; más bien la tertulia del café le agotaba, porque ahora quien realmente le preocupaba era él mismo. Se le cumplían negros e inesperados presagios: aquella misma noche su mujer le confesó, mientras cenaban tortilla de patata y la hija mayor del rey salía en la televisión, que hacía tiempo le había engañado, pero que se quedó con él porque ya eran muchos años juntos y que estaba la hipoteca... y que había cariño también, claro. Jesús fue allí al salir del trabajo, a la vieja casa familiar, vacía desde que la madre faltaba. Se sentó en el sofá y suspiró mientras extendía a ambos lados los brazos; fue entonces cuando los dedos sintieron, al fondo del asiento, el metal de la llave. En el acto adivinó la cerradura y se temió el nuevo descubrimiento que le aguardaba. Tardó tres días en decidirse. Después de tanta duda, se acercó al cajón que nunca se abría en casa de sus padres, abandonándose a descubrir secretos familiares no deseados. Ni cartas, ni ningún misterioso diario dentro, en el cajón vacío sólo aquel objeto: una goma de borrar de su infancia, de esas blancas y grises alargadas. Y al fin volvió a sonreír.





OPINAR

Decía a propósito del documental que sobre él hizo junto a David Trueba, nuestro paisano Luís Alegre: ”No he visto nunca un discurso tan seductor, tan magnético, tan explosivo y tan artístico como el de Fernando Fernán Gómez. Quien lo admire ya por su vastísima y plural obra, descubrirá una faceta humana. En cierto modo, ‘La silla de Fernando’ es una reivindicación de hasta qué punto la palabra puede ser bella y hermosa cuando la dice alguien como él... de tan sincero, resulta políticamente incorrecto. Nunca es convencional ni previsible. Es un hombre desprejuiciado”. Lamentablemente esta semana nos ha dejado un poco más solos este actor “desprejuiciado” –me gusta la palabra–, este cómico, como él decía llamarse, que siempre había sido para los españoles de a pie uno de sus iguales viviendo en la gran pantalla, casi uno de la familia que se nos ha marchado. Él era algo así como una garantía, uno de esos “hombres referencia” que te hace bien saber que están siempre ahí, formando parte de nosotros. Con sus ocurrencias y sus modos pasaba como con los genios: podías o no estar de acuerdo, pero nunca te dejaban indiferente, y siempre habrá que reconocerle el mérito de que pocos como él decían lo que pensaban y sentían. “Libertario y sincero” le definían Trueba y Alegre, y escuchándole hablar tan sabio y desde tan dentro del alma, en esa última entrevista, se aprende del maestro que el poder de la palabra puede llegar a ser inmenso. Poder opinar sin miedos ni prejuicios es casi un privilegio, un exceso en estos días, y él lo hacía siempre. Es una lección que nos enseñaba bien el viejo profesor de “La lengua de las mariposas”. Por lo visto, y afortunadamente, hay personas todavía que lo hacen, quizás cada vez menos porque la integridad y el atrevimiento, así, al mismo tiempo, se dejan crecer juntos pocas veces en los mismos individuos. Enseñamos a los niños a no prejuzgar y a crecer sin cobardía, intentamos nosotros no tener prejuicios y utilizar la palabra para defender la libertad y las ideas, pero cuesta tanto que aún seguimos considerando como raros y pintorescos “hombres desprejuiciados” a quienes lo hacen Atrevámonos. Atrevámonos a no aceptar las cosas porque sí; decidámonos a dudar, a saber y dar nuestro parecer. Preguntemos, enterémonos y opinemos sin miedo sobre lo divino y sobre lo humano, también sobre esa megaciudad del juego, esa mezcla de Las Vegas y Orlando, que nos ha nacido de repente en los Monegros. Mientras avanza la urbanización del “Reino del Quijote”, allá en Ciudad Real, y en Aragón crece la sorpresa y la incredulidad, el pelirrojo con voz de trueno, ahora parece susurrar.










PREPARATIVOS



(2 de diciembre de 2007)

Antes que nada nació el Caos, y después Gea de ancho seno. Hace frío en la habitación y en la calle oscura. Al apoyar la frente en la ventana se te hiela la fiebre. Hesíodo espera abierto sobre la mesa, para recordarte cómo nació la Noche, la poderosa diosa temida hasta por Zeus. Preparas tu conferencia, una reflexión sobre el sentido de la recuperación estética y religiosa del mito la subtitulas en cursivas. Es ya tarde, casi las tres de la madrugada. Shakira se hace de pronto reina de toda la casa: la radio de un coche, demasiado alta, hasta para la madrugada del silencioso Teruel. “No pido que todos los días sean de sol, No pido que todos los viernes sean de fiesta.” Te acuestas; tu mujer hace tiempo que ya duerme, su cálido aliento en una paz inmensa y el libro de recetas de Arguiñano yacen olvidados sobre la cama. Esto de las navidades es aún más duro para quien ha perdido a dios —piensas de pronto— todo amarga más, casi sólo es posible sentir envidia… El pensamiento se te enquista en la sien y das vueltas bajo el edredón, pero te duermes enseguida; estás cansado y el sueño que puede más que tú te lleva a pasar la noche persiguiendo a un pequeño Buda que se te ríe en las narices, mientras cientos de Shakiras bailan las cinturas en un aquelarre enfurecido. Dos de diciembre y amanece cuando te sientas de nuevo ante el ordenador. Alejandro vence a Darío III y cae el Imperio Persa; lo tecleas rápido y relees luego todo el párrafo anterior. Oriente y Occidente aparecen en la pantalla brillante y blanca, tantos siglos después de nuevo juntos, en la ciudad de torres con dibujos geométricos infinitos y un toro cretense aupado a las estrellas. Y te sientes pequeño y responsable a la vez, garante y casi profeta de no sabes bien qué recado, pero el ladrido de un perro ahuyenta tus miedos fantasmales. Impaciente sigues hasta poner el punto final a la última palabra. Todo listo, todo previsto, todo casi preparado. Huele a café y peregrinas arrastrándote hasta la cocina. Ella te recita el menú que ha elegido para la cena de Nochebuena, mientras te acerca el azucarero, cosmogonía de la vida dulce que se deshace en la boca. Vendrán todos, te dice, y te besa y te ofrece la cucharilla reluciente recién sacada del lavavajillas. Todo lo tengo ya listo, todo previsto, todo casi preparado, continúa, y te agita el libro con la foto del cocinero sonriente. Hace frío. Las mejores recetas para tus días de fiesta de Arguiñano y la Teogonía de Hesiodo se mojarán de nieve al atardecer de cualquier domingo sobre la mesa del jardín.









DIAS DE OROPELES

Oropeles y luces de colores apagadas, eso ve desde la ventana sin marco, aún inacabada. Arriba una Luna pequeñita, Luna en cuarto menguante, que se codea con el sol que está saliendo todavía, y allá abajo, los coches de la Avenida de Sagunto más juntos que nunca como si también ellos tuvieran frío. Esta semana bajaron las temperaturas y la gente anda más deprisa, de casa al trabajo, del trabajo a casa con las manos enguantadas... y él se mira también las manos: lleva dos heridas pequeñas, apenas dos cortes que se hizo al sujetar ayer las vigas. Son tan sólo dos señales aunque le escuecen con cualquier roce, hasta con los guantes de cuero las nota al coger la carretilla, justo en el nacimiento de los dedos. Sigue colocando ladrillos y mira de vez en cuando al nuevo que no se aclara demasiado y que le dice nosequé, algo a gritos, desde el andamio vecino. No le entiende, porque vino hace poco y todavía aspira algo las jotas y se le escapan las erres. Ser albañil está bien, le dijo al darle la mano, te irá bien. Sonríe al recordar su bienvenida y canturrea, tararea mientras se le hiela ligeramente la saliva entre los labios. A las ocho en punto, a ocho grados bajo cero, a la Luna, cada vez más pálida, la borra definitivamente el sol. Unas horas más y almorzarán; pensarlo le reconforta algo de los escalofríos en la espalda. Pero antes empezará a ver a los niños abrigados yendo al colegio, arrastrando las carteras… y se imaginará a los suyos cogidos de la madre, cruzando el paso de cebra, todavía soñando, casi autómatas como pececillos en el estanque. En el bar han colocado espumillón rojo y dorado por encima del televisor y también entre las botellas del coñac y de la ginebra. La navidad hace ruido aún en los estantes del bar –se dice–, es difícil no escucharla, te atrapa al final, aunque no la quieras... y piensa en los regalos y en los gastos… pero ahora está contento y casi feliz: huele a comida recién hecha, la gente se saluda y ha entrado por fin en calor. Junto al mostrador se acomoda la cuadrilla como en un racimo, los más amigos se hacen bromas y el nuevo los mira y secretamente los envidia, aunque sabe que pronto será como ellos, uno más de ellos. Su tierra, casi como una sombra, está lejos, donde se cruzan mil caminos y no entiende gran cosa de estas fiestas que adornan calles con bombillas rojas, azules, verdes... pero los compañeros parecen más contentos y eso le basta. Además la vuelta al tajo después del almuerzo siempre es mejor y el sol en Teruel es generoso: ya no hace tanto frío.





LOTERÍA



(23 de diciembre de 2007)

Érase una vez que se era —y esta historia es real aunque empiece como un cuento más de navidad — sábado por la noche y el grupo de chicos salió de marcha. Habían quedado varios en reunirse en el centro y estaban contentos, pensaban aguantar hasta el amanecer, lo que el sueño les dejara... muchos celebraban las cenas de navidad de los institutos y todo prometía fiesta. Caminaban por la calle hacia la zona de bares donde les esperaban el resto de amigos. Se les veía bromeando y avanzando un poco encogidos por el frío y la humedad, grandes deportivas y pasos desgarbados a juego. Exactamente a las 23,45 pasaron por la calle Alameda de Llamas, calle importante y céntrica de la ciudad. El que iba más rezagado vio el bolso, negro y grande, en el último escalón del portal. Un bolso de mujer que parecía abandonado o perdido, un objeto que en absoluto debería estar allí, que molestaba ya por el solo hecho estar fuera de su sitio, en el suelo, lejos del regazo, perdido de la mano femenina. Hizo intención de acercarse, pero antes (primer décimo de lotería) se le ocurrió llamar al compañero más cercano. Y se ve en la cinta de las cámaras de seguridad del Juzgado de Paz de Sestao cómo el amigo mira también el bolso y se queda un momento, apenas unos segundos, pensando, y al fin decide no acercarse (otra participación de lotería premiada) y le dice algo y ambos se alejan definitivamente del lugar, calle adelante. Eran los momentos previos a la explosión de la bomba que ETA había colocado minutos antes. Cinco kilos de cloratita reforzada, que causó importantes daños materiales en los juzgados pero ninguna víctima, dirían las noticias el domingo por la mañana. Una tragedia que pudo ser y eso que llamamos “suerte” se encargó de evitar. Está claro que aunque su número no esté en el listado de los premiados, la semana pasada a estos chicos de Sestao les tocó la lotería, pocas veces como ésta una cámara de vigilancia nos muestra tan claramente lo que pudo ser y no fue... y sobrecoge ver a los muchachos totalmente ajenos a lo que podía haberles pasado, sin saber que la diosa fortuna estaba de su parte, caminando a su lado. Ya sé que este final es tópico especialmente en un día como hoy, el siguiente al sorteo de la lotería de Navidad, pero se oyen villancicos en la calle, yo he empezado la albada como un cuento y necesito de un final de fábula. Así que la terminaré con la moraleja: hay que apreciar el momento y la suerte del instante, darnos cuenta de que las cosas buenas nos tocan todos los días y aunque no la veamos, la fortuna nos sonríe a diario cada vez que amanece y alguien que nos quiere nos mira. Y fin.







BUENAS COSTUMBRES
BUENOS PROPÓSITOS

De niña, en vacaciones o los sábados que me pillaba trasteando por casa, mi abuela me mandaba a por el pan. Recuerdo que siempre me daba aquella bolsa de tela, una bolsa delicada y coqueta, plagada de dibujos con hilos de colores en petit point y las tres enormes letras bordadas en el medio diciendo, por si la mercancía que asomaba por sus extremos no lo dejara bien claro: PAN. No faltaba en aquel entonces en ninguna casa la bolsa de tela, más o menos primorosa, para el pan. Se tenía además un par de bolsos o tres, grandes, algunos, los más modernos, plegables, para el resto de la compra. Lo cierto era que a nadie se le hubiera ocurrido salir de casa a comprar sin la bolsa o los bolsos; cogerlos antes de salir era un acto automático y cotidiano. Pero las costumbres las borran las modas y en este caso, pasados los setenta, lo hicieron las bolsas de plástico. Somos ahora más cómodos, cierto además que con las prisas en las que vivimos, en lo que menos pensamos es en echarnos “la bolsa al bolso o al bolsillo” y que incluso aunque la lleves todavía da cierto reparo “dar la nota” delante de la cajera o el resto de los clientes. Pero después de reconocer esto, son las cifras las que mandan: cerca de un billón de bolsas de plástico circulan hoy por todo el mundo. Nuestro país es el primer productor de las de un único uso y el tercer consumidor de Europa: según los datos, se distribuyen en España cada año 10.500 millones. Hechos los cálculos resulta que cada español usa de media 238 bolsas de plástico al año o lo que es lo mismo: casi cien mil toneladas. Esas miles de toneladas son basura no biodegradable y muy tóxica de las que apenas se reciclará un diez por ciento. Las nefastas consecuencias medioambientales del empleo de estos objetos —tan inofensivos a primera vista pero que tardan más de medio siglo en empezar a descomponerse— son enormes y cada día más preocupantes. A pesar de las campañas de consumo responsable, especialmente en fiestas como las que ahora terminan, un número desmesurado va contaminando cada vez más las ciudades y los ecosistemas naturales. En este momento de buenos propósitos sería estupendo que el comercio de nuestra ciudad se tomara como prioritario este tema y que Teruel fuera la primera capital española en la que se sustituyeran totalmente y en una campaña conjunta las bolsas convencionales por las bolsas biodegradables o de bioplástico. Sería genial también que los turolenses nos concienciarnos de la necesidad de reutilizarlas, de salir a comprar con ellas plegadas, de recuperar aquellas viejas y saludables costumbres de nuestras sabias abuelas.





AUSENCIAS

Es lo que tiene el viajar, que poco a poco te van empapando, te van calando esos paisajes nuevos, esos lugares recién estrenados, y los vas haciendo tuyos. Viajar es sobre todo la magia de aprender y del aprehender, nunca se vuelve de vacío porque la mirada se te ha llenado de sueños. Y una, que lleva a Teruel en el corazón, siempre mira su reflejo en las cosas que va conociendo y se pregunta cómo le sentarían a nuestra ciudad esos flamantes atavíos recién descubiertos. Me pasó esta vez en Oviedo. La experiencia de un encuentro agradable, la sorpresa divertida, el asombro, el placer de admirar la belleza, el homenajear con la memoria no perdida... eso y muchas más impresiones se sienten cuando se pasean sus calles. Porque en ese Oviedo, cada día más hermoso y sorprendente, cada día más atrevido y a la vez (y sobre todo) mimado con esmero y gusto, te encuentras con cientos de esculturas repartidas por sus plazas, jardines y rincones. Están en su mayoría hechas a escala humana, sin pedestal, a pie de calle… la gente se fotografía a su lado, las toca, las abraza… las estatuas han pasado a ser símbolos cotidianos del paisaje de la ciudad, señales de identidad que han recuperado el espacio urbano ovetense para la vida cotidiana, reclamo turístico y satisfacción del viandante. Y ya de vuelta a mi Teruel hago memoria de su catálogo de escultura urbana: nuestro inefable torico, los monumentos a la Vaquilla, a la Mujer Labradora, al Labrador, a José Torán, al Venerable Francés de Aranda, al obispo Polanco, a los Donantes de Sangre, los bustos del botánico Loscos (en lamentable estado) y de Ángel Sanz, XX Años Denominación de Origen, el bajorrelieve de la Escalinata… y sigo en las rotondas: el Peirón y el hermosísimo homenaje a los Amantes, ambos de Pascual Bernis, Alfonso II, la gaviotas y las manos de la Playa de Aro y… creo que aquí termino y el catálogo está completo. De acuerdo que las esculturas urbanas no nos dejan indiferentes porque son mensajes que nos salen diariamente al encuentro con los que podemos estar o no conformes; de acuerdo también que despiertan estéticamente atracción o rechazo según quien las contempla, porque el arte no deja inmune a nadie… pero el riesgo bien merece la pena, trabajemos por una ciudad más humana, construyamos un deseo. A nuestra ciudad le falta el mimo, la caricia y el detalle; a nuestra ciudad le faltan por ejemplo estatuas sin pedestal y le sobran ausencias.






DE ESTRENO

Lo confieso: el miércoles no fui a la ceremonia. Un resfriado y un poco de fiebre me hicieron quedarme en casa. Que la novia me perdone, que me perdonen autoridades y demás convidados, pero me pudo más el prometedor calorcillo de mi manta preferida y una aspirina tomada a tiempo, que la aventura de sumar mis escalofríos a la solemnidad del ceremonial. Y eso que quiero a la novia desde siempre, desde que la memoria me alcanza. Quiero a la novia porque me quiero a mí misma, y a mis abuelos y a mis padres e incluso a mis bisabuelos y a los padres de mis bisabuelos que también la conocieron y quisieron… y porque puestos a querer quiero también a mis vecinos y a los futuros hijos de los hijos de mis vecinos todavía por venir. Ella es historia pasada e historia por hacer juntos en este trocito de un rincón del mundo que alguien llamó Teruel. ¿Cómo no querer pues a la novia si su latido es el de todos? Y vale, de acuerdo además que nuestra “preferida” necesitaba un vestido nuevo, un vestido, no sé si de fiesta, no sé si de un modisto famoso de esos fashion, moderno o atrevido, excitante y novedoso o más prudente, clásico y juicioso… no lo sé. Lo que sí tengo claro, teníamos todos claro, era que necesitaba ya inexcusablemente y rápido, un traje nuevo; precisaba con urgencia de ropa flamante y de recambio para los próximos años, quizás para el próximo siglo —o tal vez para menos, quién sabe lo que durará su pavimento inesperado—. Estaba ajada y mustia la novia; languidecían sus porches sembrados de cables de la luz, cajas negras y desconchones, se marchitaba su suelo lleno de parches y remiendos. Vestida de pegotes, apaños y “todo vales” la Plaza del Torico estaba pidiendo a gritos “un poquito de por favor” como dicen por ahí. Et voilà!: cinco de diciembre y se descubre la sorpresa que todos veníamos barruntando, el deseo repetidas veces formulado. Aunque claro, en eso de los gustos ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos… así que… que me disculpe el padrino rumboso que ha pagado el traje, que me perdonen diseñadores y hacedores de las costosas costuras y puntadas laboriosas, pero he de confesar, con la misma sinceridad que al principio, que a mí no me gusta el traje de la novia. No es que me guste ni siquiera un poco, lo cierto es que no me gusta nada. Pero como para gustos colores, no seré yo quien se los saque a la novia y porque la quiero y la quiero bien, ya desde hoy mismo me alegraré de que sea felizmente festejada y lo celebraré con ella, mientras me la imagino de blanco y brillante, bajo la mirada atenta e infinita del torico.





DECRECIMIENTO

Esta semana no he parado de leer cosas sobre economía, escuchar y hablar sobre economía, preocuparme de la economía, como casi todo el mundo, vaya. Cotizaciones, información financiera, gráficos bursátiles… ¡páginas color salmón, animando las noticias! La “oikonomia”, de sugerente etimología, pero qué pronto empieza a aparecer el PIB y el PNB, la EA y la PO, la matriz de insumo-producto, etcétera y más etcétera y la cosa se complica. A costa de dar vueltas y vueltas estos días a la crisis —grave para unos y menos grave para otros— me he puesto al tanto del nuevo movimiento o filosofía, más que teoría económica, que ha venido en llamarse Decrecimiento. La palabra se las trae porque suena a negativo, a derrota y abandono pero es sólo eso, que “suena”, porque en sí es un pensamiento positivo, de búsqueda, de esperanza; no es una solución simplista sino de una riqueza y complejidad conceptual que nos podría llevar páginas resumir aquí. Cuando un río se sale del cauce y desborda sus límites lleva la destrucción y el caos, y es necesario que decrezca; la imagen habla por sí sola: no es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. Pero ¿y el tan manido Desarrollo sostenible? El Decrecimiento es claro: lo considera muy dañino por haber producido un espejismo, una ilusión engañosa de huida hacia delante que nos ha hecho pensar (tanto a países del Norte como a países del Sur) que es posible seguir avanzando y a la vez respetar los límites ambientales. ¿Hasta dónde crecer? ¿Puede aumentar el PIB continuamente al menos el 3 % anual? ¿Cuándo parar? ¿Crecimiento económico equivale a desarrollo? La gran obsesión por el crecimiento de capitalistas y marxistas nos ha hecho a menudo identificar estos dos conceptos y no ser conscientes de que estamos inmersos en un modelo económico en que la satisfacción moral, intelectual y estética no cuentan, en el que el concepto de la felicidad debe replantearse. Vivir mejor con menos: el Decrecimiento habla de asumir voluntariamente y en conjunto esta idea. En principio me resulta difícil creer que se podría conseguir sin un sistema severo, incluso represivo, y me preocupa y no olvido el comportamiento egoísta del componente humano. Buceo por la web “crisisenergética.org” en busca de respuestas sobre el Decrecimiento. Me falta tiempo: hay mucha información, mucha ilusión, mucho por trabajar, mucho que perfilar todavía; pero veo claro que el Decrecimiento será el nuevo paradigma del movimiento ecologista. Tendremos que empezar a acostumbrarnos a oír hablar de él y sobre todo a considerarlo como una ideología digna de pensar en ella, es más: será necesario pensar en ella.









AMARES

Sucedía en un rincón del mundo. Mientras se alejan el horizonte conocido y el mar turquesa al este, el paso del viajero enmudece las calles aún vacías. Teruel respira lenta, pausadamente y se deja amar en sueños por su asombrado caminante. Imperceptible, el aire tibio y naranja va envolviendo de amanecer la piel de la ciudad, que no conoce prisas en esta nebulosa mañana. Es el momento único de la inspiración, el tiempo de oscuros aromas que rozan y acarician. La magia es la señora y posee sin contemplaciones; algo divino como soplo y voz del cielo arrastra juntos a la ciudad y al solitario ya rendido. Le ha cautivado el misterio escondido bajo sus tejados, le ha hechizado el pálpito complaciente y prometedor que late en cada rincón, en cada esquina, le ha conmovido la sangre apresurada de Juan e Isabel recorriendo como savia vivificadora la pequeña ciudad. Lleva Teruel aquí clavado y se señala el corazón Miguel Ángel Berna. Emocionan sus palabras generosas, emociona su gesto hermoso llevándose la mano al centro del alma. Sabrá desde ahora el artista que amar Teruel y sentirse parte de esta ciudad a veces duele dulcemente; que es dejarse seducir por un extraño sentimiento del que ya no te puedes desprender, una emoción mezcla de dolor y alegría desbordada; es nostalgia y esperanza, es hechizo de la vida por la muerte y fascinación de la muerte por la vida, es alcanzar estrellas sin ver el cielo... ese mismo cielo que da vueltas sobre nuestras cabezas mientras giramos como derviches enamorados bordeando escalofríos, en un sortilegio que espanta soles negros. Y celebramos todos el encuentro en una fiesta compartida, porque ha ofrecido el amante el mejor de sus regalos a la amada. Su danza, su baile amoroso y entregado, como homenaje que llevará el nombre de Teruel más allá de las orgullosas torres brillantes de luna verde. Viajará lejos el suspiro de unos labios entreabiertos sin beso, gritará en otros paisajes la frente de la que aguarda mientras rueda el sol. Y Teruel, la no olvidada, abrasada de melancolía, podrá bailar por fin la historia de su pasión. La noche y el día unidos sin lamentos en AMARES; pasado y mañana en la danza infinita e inspirada; regalo de manos presentidas e inagotables caricias al compás de susurros del baile embriagador. Otros traspasarán las puertas que un día abrieron Juan e Isabel, otros muchos sabrán de esta ciudad en un rincón del mundo, donde aún es posible creer un sueño y despertar al segundo mágico que escapa al infinito. Todo ello gracias al regalo de amor que Miguel Ángel ha dado a Teruel, la ciudad amada de silencios blancos que siempre le esperará.








APAGÓN

Salió del trabajo a las diez. A las diez cincuenta y dos cerraba ya la puerta de su piso. Ni le dio tiempo de llegar a la cocina y servirse un vaso de agua... De repente fue la oscuridad. Dio al interruptor del pasillo dos, tres veces, al del comedor, al del salón... Debía ser una avería general; Alguna vez pasaba en verano, una tormenta, seguro. Abrió el balcón y ni una farola amarilla, ventanas ciegas en frente, oyó risas en la calle... nada más. Lo que preveía una espera de minutos pasó a convertirse en horas. Empezó a ponerse nerviosa. Salió al rellano y llamó al timbre del A y luego al del B; llamó de nuevo y se llamó a sí misma estúpida y repitió la llamada al A pero ahora con los nudillos. Salió la sombra de Pilar: hola vecina, casi no te reconozco... no hay luz desde hace dos horas, ya ves, bueno no ves, jajaja; una avería fuerte... tenemos para rato, dicen... quizás toda la noche... y nosotros que habíamos comprado un ofertón de helados esta tarde en el super... si te apetece nos damos un atracón.... Se disculpó como pudo y se encerró en casa; buscó la linterna y miró al congelador... no se atrevía a acercarse al gran arcón blanco. Un espasmo, un sudor frío… y salió a la calle. Ni semáforos, ni escaparates, todo parecía haberse evaporado. Los coches parados en los cruces, pitaban algunos, se precipitaban otros como kamikazes; sirenas por la gran avenida negra, en la esquina dos policías, cuatro. Volvió rápida sorteando a la gente que comenzaba a llenar airada las aceras... la imagen del congelador no se le iba de la cabeza. Se acostó intentando pensar el regalo que sería el ruido del secador por la mañana; el miedo la ataba al colchón y la luna era un brillo en la ventana. La pesadilla duró cuatro días y tres noches. Los políticos se echaban la culpa unos a otros y para entonces todo el edificio estaba ya impregnado de un olor que se pegaba a la nariz... Sabía que no podía salir a la calle, repleta de policías, para deshacerse de “él”. Aguantar con el cadáver y sentir que su presencia volvía de nuevo, que estaba allí con ella, dominando su vida otra vez... Que la descubrieran era cuestión de segundos porque ya llamaban a la puerta. Las vecinas del A y del B bromeaban como siempre: vecina... aquí algo huele mal… jajaja y en tu casa peor todavía... ya nos podías haber invitado antes de que se estropeara todo... se te ha echado a perder... hasta nosotras olemos mal... sin agua caliente para ducharnos... Cerró la puerta justamente cuando un ruido de motor comenzó a oírse en la casa. Ahora todo estaba iluminado con una luz terrible y a ella además le ardían los ojos como al despertar de una pesadilla.





EL CANDIDATO Y EL ASCENSOR

A estas alturas, y tras el inicio formal de la campaña electoral el pasado viernes, piensa el señor X, un poco ansioso mientras se termina de anudar la corbata, que ya le han podido ver sus “conocidos” en los carteles. Y es que a este mayo de 2007 le han crecido anuncios y proclamas al colarle unas elecciones casi al final de sus días. Siente el señor X una extraña sensación de alivio cuando sale al rellano de la escalera y su anónima vecina le saluda silenciosa, a la entrada del ascensor, con la misma sonrisa dormida y desganada de siempre. Mientras bajan pisos, coincidiendo juntos y callados como casi todas las mañanas en aquel rectángulo metálico –el perfume de la mujer asfixiándole eternamente– sabe X que debería empezar a hablar… “Hay que buscar el voto, compañeros, hay que convencer e ilusionar... no dejéis de intentarlo desde hoy hasta el final”… resuenan en su cabeza las consignas de la reunión de la noche anterior en el partido y que a él, novato en estas lides, le parecen fórmulas mágicas, sortilegios que harán posible que su nombre –“todavía” en el puesto medio de aquella lista– pueda salir elegido. La retahíla es un catálogo de nombres tan convenidos, tan apalabrados como poco discutidos y valorados. El señor X ve su reflejo en el espejo, por encima de la cabeza femenina, y por un instante se le antoja que le sonríe satisfecho un hombre más alto, más delgado, más importante que el del día anterior. Juega con las llaves del coche. Si bien algunos, lo menos, dijeron por lo bajo que aquel listado era cainita, no comparte el aspirante a concejal tal opinión. Cree todavía en la política como actividad diáfana y transparente; piensa que aún es posible “a pesar de ellos y de todo” la honestidad y los principios. Y mientras reprueba en lo más íntimo de su fuero interno a aquellos compañeros disconformes, bastante díscolos y tal vez algo envidiosos, baja la vista hacia la mujer hermosa y esta vez ya no vacila al comenzar a hablar. Quedan sólo tres pisos y se apresura. Apenas dos frases, tres consignas más, y la puerta del ascensor se abre. Llegado a este punto al señor X no le queda sino dejarlo para otro día, tal vez al repartir el folleto del programa… A su atropellada perorata nada le ha contestado la vecina que le ha mirado sin embargo muy atenta, sin pestañear apenas. Piensa el señor X que en adelante no le pesará tanto hablar, que es fácil, que será fácil. Cuando sale apresurado por el portal, oye una extraña voz a su espalda. La mujer le señala un llavero que reconoce como suyo junto a la puerta del ascensor, mientras le habla en una lengua que él, como ella antes, tampoco entiende, quizás rumana... en todo caso nunca esperada por el candidato.









BUEN GÉNERO

De más allá del mar me dice que viene su mercancía; de muy lejos y de aquí mismo, productos autóctonos, del lugar, y no transgénicos sino como los de antes, y me sonríe un poco porque sabe que le entiendo; género grande y pequeño, de olores fuertes, acres o dulzones que se mezclan agradables en el aire. Vende todo o de casi todo desde un mostrador alto de madera, con encimera de mármol pulido; “ULTRAMARINOS” se lee apenas sobre la fachada desconchada. Ya se ven pocos establecimientos así. Y pocos tipos así, con su guardapolvo azul y la cadena del reloj asomando por el bolsillo. Con movimientos sabios ata el cordel al papel de estraza (dentro el espliego oloroso, la lavanda y el anís) mientras me explica cómo hacer una colonia casera. Se dice tendero, una palabra que casi he olvidado, y yo, obediente, le digo adiós y gracias por sus consejos, señor tendero. Estoy de vacaciones, como casi todos, y viajo. Es agradable descubrir de pronto junto al paisaje y el monumento anunciado en la guía, hallazgos como éste. Colmados y buhoneros de cara seria y antigua que parecen recortados de fotos en sepia... tiendas pequeñas donde está recogida toda la esencia de la diferencia y a la vez la universalidad y el tiempo detenido. Profesionales que entre cuatro paredes y en esas balanzas de platillos bailan en equilibrio pasado y presente. Estoy “haciendo turismo”... ¡vaya lujo!, viajar y recoger recuerdos y llenarse de vida... Paso por alto grandes superficies comerciales, centros de aire frío, dicen que acondicionado, y me detengo en sitios como éste. Sé que somos muchos, cada vez más, los que terminamos disfrutándolos. El pequeño comercio, lo que queda de él, es un atractivo importante para el turismo de nuestros días. Sus herederas directas, la actuales tiendas de delicatessen, son testigos del interés que despiertan estos establecimientos “con encanto” (refugios de gourmets y exquisiteces) en el turista cada vez más sibarita. Pienso en Teruel con algo de nostalgia, en aquella tienda de “el Francés”, en las de Gala, Mateu, “el Bolo”, Juderías, “El Torico”, La Campana, Gabino, Ros, Dulce Alianza, Isafe, Paris... Tantas que ya son sólo memoria, como la curiosa cordelería del Tozal de la que aún pueden verse sus puertas verdes. Resisten algunos: Muñoz, Ferrán, Roque, Tena, Atilano (y más)... y afortunadamente surgen sucesores que llevan su misma idea de comercio cuidado y de calidad: Rokelín, Casa Agustín (en el Ensanche), Garza... Tiendas que dan vida a las plazas, hacen latir las calles a menudo vacías del centro (los bancos cierran por la tarde). Los que las visitan se llevarán una grata impresión de la vida cotidiana y de los turolenses; por ellas nos conocerán mejor. Son nuestras mejores embajadoras.





MI CALLE


Cuando se es niño la calle de uno es su territorio, una isla segura dentro del inmenso universo infantil, mucho más inabarcable y misterioso que el proceloso mar de los adultos. Te enseñan bien tus padres dónde está tu casa, cómo es el portal y qué tiendas, qué bancos y árboles te pueden servir de referencia para no perderte a la vuelta del colegio. Aprendes pronto a diferenciar tu calle, a distinguir sus señales sobre las de cualquier otra, porque son como satélites sobre los que girarán las horas y segundos de tus días, y porque… ¡ay del que no se acuerde de volver a su calle!... La mía de chica siempre me pareció mágica. Entre mis amigos se decía que en las paredes del viejo Convento de las Carmelitas alguien hace mucho, mucho tiempo, había ocultado un tesoro de monedas, de esas grandes antiguas, doradas y brillantes que los niños siempre imaginamos rebosando cofres entreabiertos… Alguna tarde, cuando nos cansábamos de jugar a “tú la posas”, nos entreteníamos en rascar afanosamente aquellas paredes altas y gruesas como murallas, en busca del fabuloso escondite; para desesperación, claro, de las pobres monjas cerradas, que apenas podían chistar desde un pequeño ventanuco a aquella tribu desmandada de críos aprendices de piratas urbanos. A veces cambiábamos de barrio e íbamos hasta la Glorieta, donde otras bandadas de chicos tenían su fuerte. A veces también, había retos y luego paces. Supongo que teníamos una especie de conciencia de clase, perdón de “calle”. Porque cada calle de esta ciudad tiene personalidad propia. Siempre ha sido así hasta que últimamente el gris y la arquitectura fácil las ha ido convirtiendo en anodinas. Me gustan las tranquilas calles que bordean la parte alta de la Andaquilla, me parece magnífico ese rincón de campanillas frente a la torre de San Martín (si se mira primero a la torre y después a las rejas de los balcones es como un espejo: el mismo reflejo blanco y verde en el cristal del azulejo y el pétalo húmedo). Me gusta la calle del Tozal, cada día más bulliciosa, más viva. Me gusta sobre todo terminarla mirando a ese otro rincón, el de la Fonda, donde alguien ha sabido montar un paraíso de rojos y verdes, una catarata increíble de geranios antiguos. Pienso si ese tesoro de la infancia que creíamos encerrado tras las paredes, no estará definitivamente a simple vista, en las fachadas limpias y cuidadas de las casas por ejemplo, o en el esmero y sensibilidad de algunos balcones de nuestros vecinos que todavía miman y “sienten” su calle.










CELEBRACIÓN




Este martes se celebrará el Día Mundial del Medio Ambiente. Hoy domingo se adelanta la celebración en Madrid, y las cinco organizaciones ecologistas de ámbito estatal (WWF/Adena, Greenpeace, Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción y SEO/BirdLife) se reúnen en el Parque de El Retiro para, entre otras actividades, llevar a cabo un reivindicativo recorrido en bici con el lema “Muévete contra el cambio climático”. Actos de este tipo habrá en otras ciudades españolas. En Teruel no. En Teruel, y ojalá me equivocara, no creo que nadie haga una reivindicación festiva ese día. En Teruel además nos hemos quedado sin la única organización ecologista que existía por estos lares. OTUS-Ateneo nos dejó su enigmático hasta luego por medio de un escrito a este periódico que yo no entendí del todo ( o no quise entender) hace escasas fechas. Es una triste noticia. Me dolió por lo que significa de perdida para todos los turolenses que personas validas abandonen y porque sé del esfuerzo y del desvelo de muchos de sus miembros, de su cariño, sensibilidad y mimo por nuestra tierra desde aquellos lejanos años ochenta en que se creo la asociación. La noticia me pilló además con un cierto pesimismo ya instalado dentro; en esa misma semana había estado ojeando en la página web de la SEO el Programa por la Tierra, un programa con propuestas de futuro sostenible expresamente hecho para las elecciones autonómicas, para que los partidos políticos recogieran, si esa era su voluntad, compromisos efectivos en la lucha contra la crisis ambiental. En la pasada campaña electoral he visto grandes caras sonrientes en las farolas pero pocas ideas que hablaran de medidas concretas en defensa del medio ambiente, pocos compromisos específicos y mucha teoría sobre el desarrollo sostenible. Que nadie se enfade si digo que me alegro de la decisión que la Unión Europea acaba de anunciarnos: su próxima investigación sobre el impacto ambiental que podría estar generando el auge urbanístico en Aragón. Que nadie se enfade porque si las cosas están bien hechas miel sobrehojuelas y felicitaciones y si no lo están pues a rectificar y corregir toca... Se trata de proteger Aragón, es decir de protegernos todos. Responsabilidad ésta no sólo de políticos y de ahí que el que desaparezcan asociaciones como OTUS es mucho más que una perdida. En la misma Web, la SEO/Birdlife anuncia que ya sólo quedan cien nuevos socios para llegar a la mágica cifra de diez mil. Diez mil socios en toda España son muchos socios... claro que si se comparan con los más de un millón de asociados que hay en Inglaterra casi se sonroja una.






ESFERAS

Parece que fue hace mucho pero en realidad tan sólo fue este verano, azzurro il pomeriggio, cuando acabó de leer el tercero de los volúmenes de Peter Sloterdijk dedicado a las Esferas. El filósofo hacía ameno su discurso, tanto que incluso junto al ritmo acompasado de las olas pequeñas le había sido posible encontrarse con el consistente pensamiento del alemán. Estos días le han vuelto a la memoria aquellas tranquilas lecturas cerca de la orilla arenosa. Diez días de acompañante de un familiar enfermo en la Residencia, dan para mucho pensar y recordar. Hablaba Sloterdjik del espacio vivido y vivenciado, de cómo “vivimos siempre en espacios, esferas y atmósferas”… Y piensa ella, en estos días de compañía solicita e inexcusable a su querido pariente, que nada más cercano a un cosmos específico y autosuficiente que la vida en un hospital. El tiempo sigue allí su propio devenir, y se hace denso y omnipresente mientras pausadamente desaparece el exterior más allá de las persianas entornadas: apenas un sueño de vencejos volando hacia el Pinar al oeste y los jóvenes en motos de Santa Emerenciana al este. El personal sanitario se convierte al poco en una deidad blanca que marca el ritmo y el trascurrir de los días –días ya sin nombre ni número en el calendario– mientras la sonrisa de una buena noticia o tal vez la caricia dulce de la visita nunca esperada es el tesoro más preciado entre sus pasillos. El libro nuevo de poesía que se ha traído de la biblioteca tiene páginas arrancadas. El autor, un tal N. Parra, habla de un ángel guerrero del diablo alcanzado por un arcángel de dios, que baja herido por paisajes de arrecifes infinitos… el volumen mutilado que le impide seguir leyendo le llena de impotencia, pero ya la sombra vespertina anuncia la noche del hospital. La noche del hospital… quizás inquieta y larga, otras veces apenas un suspiro, es siempre una incógnita. Cuando se apagan las luces y el silencio recorre las habitaciones, parece oírse el latido cargado de “las tonalidades más íntimas de la existencia humana” en la esfera fetal y benévola del sanatorio. Todavía resuenan sus ecos al salir de la Residencia. La llave de contacto gira y el ruido familiar del wolsvagen enfilando la avenida Ruiz Jarabo es el contrapunto perfecto en armonía con las caras sonrientes de José Mari, Lucía, Manolo, Miguel y Paco que desde las farolas de la acera de enfrente le saludan intermitentemente. Ha salido de un universo, de una esfera, de una burbuja y, como diría Sloterdijk en su teoría de la experiencia espacial humana, otra realidad ya le aguarda, le envuelve aquí afuera.





ÉXODO

Ayer vi la primera golondrina enredando en los cielos de Teruel –en los del Pinar– haciendo piruetas desde el viejo almendro apenas florecido hasta los cables de luz al borde de la senda asfaltada (cada vez menos tierra, cada vez más cemento en La Muela). Un largo e increíble recorrido el suyo desde el sur, desde los cálidos valles africanos hasta aquí, y justo a tiempo para llegar a la cita de esta semana festiva. Mientras viene ella a la ciudad y busca el nido antiguo, mientras me alegro de volver a saludarla, maravillada como cada año, me imagino a mí misma viajando en vacaciones, como muchos y muchos más lo están haciendo también ahora (más de 15 millones de desplazamientos previstos), y reescribo aquello de que quien ha bebido el agua del mundo siempre tiene sed... Algo debe haber de eso, de esa necesidad casi física que tenemos por recorrer caminos y llenarnos los ojos de otros paisajes y otros aires, o quizás será porque el espíritu del nómada todavía lo tenemos palpitando muy a flor de piel, o muy adentro del ADN, que tantos años de trasiegos de la humanidad (más de dos millones de años de nomadismo) en algo deben pesar en la memoria. Tanto que nos hace bullir la sangre un horizonte por descubrir, una esquina por doblar o esos raíles sin final como pentagramas de músicas desconocidas que se nos lleva el alma en ganas de escuchar. Todo el invierno sedentario trasegando en el poblado, la ciudad caliente y protectora, y llega la primavera y los días se estiran, y algo se nos remueve dentro a la tribu... no vamos a ser menos que la pequeña ave azul o las abubillas de crestas indiscretas… y comenzamos todos a pensar en el éxodo volandero y en el agua de esas fuentes nuevas. El viajero entorna los ojos sentado en la terraza, porque el sol romano de marzo le hace cosquillas; mientras músicos callejeros tocan a Vivaldi y corretean los niños en el viejo corazón de la città, le quema el billete a esa otra ciudad donde el mismo sol le acariciará las manos, mientras otros músicos callejeros tocarán a Beethoven en las esquinas con restaurantes oliendo a choucroute y cerveza. De esa ansia, de esa necesidad de viajar, de no arraigar en ningún sitio me habló una vez alguien del que ya no volveré a saber. Era uno de esos nómadas cualquiera, uno de esos que secretamente envidiamos porque nunca nos atreveremos a coger la vida sin armaduras ni ataduras como ellos… nos pesan demasiado, las necesitamos demasiado como para soltarlas… así que nos conformamos con viajar con billete de ida y vuelta y esperar con una sonrisa a la golondrina.




FINAL DE CURSO

Laura y sus compañeros andan estos días alborotados. Y no es para menos: la selectividad se les acerca a velocidad que no entiende de calendario ni de noches en vela bajo el flexo. Se les quedan pequeñitas las horas cuando los temas de las distintas materias se superponen como en un molde que nunca se ajusta, en el que siempre faltan segundos y siempre sobra materia… Pero hay un tiempo de mañanas en la biblioteca en que las largas piernas adolescentes, entumecidas por la petrificada quietud del estudio, se vuelven ágiles y ligeras. Los momentos de descanso entre matemáticas y lengua son siempre luminosos pese a que estos últimos días ha habido tormentas y un poco de aire frío. Mientras charlan juntos en la calle, parece que los libros se han quedado muy atrás, abiertos por la última página aún sin memorizar; los apuntes sin el calor de los latidos juveniles no son más que folios desvaídos de azul sobre las mesas de la silenciosa sala. Laura y sus amigos suelen llevarse grandes bocadillos a la hora del almuerzo –que estás aún creciendo dice su madre–; algunos, sobre todo ellas, todavía encienden un cigarrillo y los hay también que toman cafés de máquina pretendiendo espantar las ojeras de las once. Mientras hablan, no se sabe bien de qué porque les sacuden sin control palabras como chispas, a los chicos les salen voces fuertes y desgarbadas, y a las chicas risas chillonas y casi interminables. Todos son altos y ni Dani el del Canto del Loco ni la cantante del Sueño de Morfeo harían ascos a sus ropas. El grupo de Laura, cuatro chicas y tres chicos, de familias de aquí de toda vida, con abuelos que les esperan, orgullosos de nietos, en los veranos de los pueblos, está sentado al sol sobre la acera. Ríen mientras apuran nervios que a veces se les ponen en medio del estómago... pero nadie se lo cuenta, nadie habla de esos miedos, porque el pudor se nos ha instalado ya a los diecisiete y no estaría bien visto confesarlo. A veces, sobretodo cuando hablan de cómo será su vida de universitarios en la gran ciudad, les entra una ternura suave y nostálgica porque aunque fingen que no saben, notan que es esta separación el principio de un final. Uno más de los adioses que a partir de ahora les irá dando la vida. Nueva vida, caminos nuevos, soledades nuevas, logros y esperanzas nuevas. Final de alboroto adolescente, final de risas de pasillo de instituto, final de algo redondo, casi perfecto. Los padres lo saben también, y a veces miran a Laura de reojo con un suspiro disimulado y transparente mientras le preguntan cariñosos qué tal el día y los estudios, cuando sale ella por la puerta hacia su cuarto, ella, desaparecida nada más llegar a casa.



No hay comentarios:

Publicar un comentario