ALBADAS 110-134


PINTURAS

Emoción, subida de adrenalina total, de las que pasan una vez y a pocos… me imagino que eso y además una alegría enorme debieron sentir los Agentes de Protección de la Naturaleza al mirar y sobre todo al SABER VER aquellas marcas mágicas entre los pinares de Tormón. Descubrimiento, encuentro casual el suyo, o quizás no tan fortuito porque ya dicen eso de que las cosas nunca vienen solas, que siempre pasan por algo y por algo las han encontrado ellos: porque hacen bien su trabajo. Y decir por decir, también decía Andrée Putman que los objetos se nos aferran queriendo quedarse con nosotros, y no sé, pues, si será por esa querencia innata de nuestras obras a la permanencia o lo será por la magia de nuestros antecesores, aquellos hombres extraordinarios que nos precedieron, habitantes de abrigos escondidos entre pinares oscuros y rocas rosas a los que aún podemos presentir si escuchamos bien sus pisadas rápidas entre los pinares de Rodeno –entre el agitar de las agujas de las hojas es fácil imaginar la respiración entrecortada por la veloz carrera, arcos al hombro tras el jabalí furioso, olor a madera quemada y humo pegado a la piel tiznada–, pero el caso es que tenemos una nueva serie de pinturas rupestres en la Sierra de Albarracín; un rico mensaje codificado más para el futuro, una nueva línea llena de señales desde el ayer más lejano hasta nuestro hoy, pese a todo tan iguales. Doce figuras humanas, blancas como fantasmas sorprendidos y petrificados en la roca, acaban de surgir de la mano lejana de artistas sin nombre; los ciervos rojos y las cabras sobre la arenisca han sido persistentes, y han sabido esperar miles de años para que alguien de nuevo las mirase y las “viera”, al fin. Antiguos santuarios, lugares de reunión para ritos y ceremonias, taumaturgia todavía poderosa que llega como ondas expansivas hasta el siglo XXI para hablarnos de otros hombres y otras mujeres que vivieron su día a día en esta misma tierra. El tiempo es una dimensión que se deshace y se recrea a cada instante, la silueta de ese antropomorfo en rojo nos lo está gritando. Enhorabuena y gracias por este valiosísimo regalo a los forestales que nos lo han encontrado. Este mismo martes se conocía la noticia de que unos vándalos habían asaltado el yacimiento paleolítico de la cueva de Parpalló en la vecina Gandía. Se trata siempre de restos tan delicados y tan insustituibles que causa estupor pensar que alguien los arrase; afortunadamente en Teruel contamos con el buen hacer y el trabajo callado y eficaz de nuestros Agentes de Protección de la Naturaleza: defensores de los tesoros del bosque, ellos son los herederos de aquellos mismos caminos que conocieron las huellas de los arqueros ahora dormidos.





UNA DE MIEDO





De miedo, o más bien de humor negro, pensó cuando sorprendió su sonrisa huidiza en el espejo. Al fin y al cabo había sido una pesadilla y los ojos que le miraban de frente eran tan sólo el reflejo de los suyos, ojos miopes de cincuentón que metía tripa y estiraba el cuello para parecer lo que no era: alto y delgado. Y allí estaba él, trasteando por el cuarto de baño, bostezando y casi tropezando como siempre antes de salir para el trabajo. Bajo la ducha recordó cómo había comenzado todo: él había levantado la mano... Perdone ssseñor, no me fijé en que ssse había ssentado ahora aquí, aquel camarero pronunciaba mal las “eses”, demasiado sibilantes, pensó algo enfadado. ¡Pero si acabo de llegar! ¿Me tomas el pelo? Ni contestó, y se alejó hacia la barra para volver de inmediato con un café humeante, largo y con unas gotas de anís como a él le gustaba (¿Cómo lo habría adivinado aquel inútil?). No se preguntó más y estuvo tranquilo observando a la gente que cruzaba la plaza de San Juan hasta que al pedir la cuenta aquel aprendiz de barman pretendió cobrarle dos veces el café y además... ¡una ensaimada! Llegó a la oficina tarde y alterado, y saludó con un “hola a todos”, pero nadie le contestó, sólo le miraron sorprendidos. A partir de ahí “aquellas cosas raras” le comenzaron a pasar cada vez más deprisa: el jefe le llamó para hablarle del informe que le acababa de entregar (¡él no recordaba ni haberlo empezado!) Un compañero le devolvió la carpeta que él (estaba seguro de que “NO”) le había prestado... el conserje le trajo aquel archivo (que él, por supuesto, NO le había pedido)… definitivamente algo marchaba mal aquel día. Cuando a la salida vio pasar a un individuo exacto a él dentro de su Audi, casi se desmaya: ¡verse a sí mismo a dos palmos era ya demasiado! Llegó como pudo a casa y ya sólo recordaba oscuridad. Por la mañana el libro del turolense Javier Sierra al lado de su almohada le dio una explicación, y la historia de las bilocaciones de “la dama azul” le devolvió a la cordura. Todo había sido un sueño y... ¡aquella historia de presencias simultáneas, de “entrelazamientos cuánticos” de la monja soriana era la clave! Volvió a sonreír en el ascensor y recuperó el paso sereno, el gesto contenido al acercarse a la terraza y sentarse… pero al levantar la vista tuvo ante él a aquel camarero, bandeja en mano con el café anisado que aún no había pedido… El hombre prende una luz para sí mismo durante la noche, cuando ha muerto, pero todavía vive. El soñador, cuya visión ha sido suprimida, ilumina desde la muerte, el que está despierto ilumina desde el ensueño… ¿el ssseñor querrá también una ensssaimada como ayer?






DE VUELTA
La llave de la casa es grande y de color gris humo. Brillante y suave al tacto por tantos años de uso pesa en el bolso, y lo hace más cada final de verano. Me despido desde la ventanilla del coche, ya en marcha, y solamente lo hago de los grillos, criaturas nocturnas y crepusculares que ahora duermen sin sospechar que cuando salgan de sus madrigueras, esta noche, ni yo les oiré el frotar ligero de sus alas, ni ellos me presentirán sentada en el porche intentando adivinar nombres de constelaciones y galaxias. Me despido sólo de ellos porque sé que cuando vuelva en el puente de Todos los Santos a esta vieja casa de pueblo, ellos no estarán. Sí me aguardará, como distraído, el álamo nuevo del jardín de atrás, el mismo que planté hace tres primaveras, y la parra centenaria, la de mi abuelo, asida como siempre a la valla de piedra de la entrada, ambos con el atavío puesto, prevenidos en su desnudez para el viento implacable del otoño y el acerado abrazo del hielo madrugador de esta tierra nuestra. Los grillos no, los grillos no estarán, ni las golondrinas azules que hace tiempo ya cruzaron al continente vecino. A los grillos siempre hay que decirles adiós cuando se vuelve de las vacaciones, porque son los últimos en marcharse: casi ni notamos como se nos va ya ese escondido recuerdo del verano que aún nos queda, y una noche ya no oímos su cri-cri tejido en nuestros sueños. De vuelta, Urko, mi perro negro, todavía un cachorro, olfatea la tormenta en la ciudad de las ventanas cerradas. Dentro ya no hay visillos que se agiten, como en las noches de agosto. Oye los truenos y me mira asustado: los grillos no cantan cuando llueve, le digo, los grillos se pierden y los engulle el asfalto como a las palomas. Sobre la mesa y el polvo, periódicos atrasados y titulares nuevos: proyectos de cementeras en Andorra, Torrijo del Campo y Concud, conexión de la perimetral con la A-23, planta de biodiesel en Sarrión, balance negativo de la Expo para nuestra provincia, las luces del Torico en constante reparación, cae la compraventa de viviendas en la provincia, las terrazas salvan el verano de la hostelería, economía en estancamiento, paro en aumento, ganadería en crisis…¡Teruel latiendo entre papel y tinta! Miro inquieta hacia la calle anochecida y marco el número. Me parece oír mi llamada a través de las habitaciones mudas y las paredes silenciosas de la casa lejana y ya vacía; la lechuza asomando sus ojos amarillos entre las sombras gira su cabezota blanca y presta atención desde del tejado. Todavía es posible algo de mí allí, todavía estoy en parte allí: mi llamada sonando acompaña el canto de los últimos grillos del verano…




PEDALES


Al atardecer cuando este sol casi de otoño comienza a endulzarlo todo, mi bici enfila ligera la cuesta abajo del carril-bici; con los pies descansando sobre los pedales y las manos jugando a hacer equilibrios con el manillar, me parece que los años y más de alguna pena se me acaban de escapar volando. Luego, en la subida, pedalear es como un juego de fuerza, una pelea desigual contra el aire en una apuesta inocente de mi adolescencia. Supongo que es algo parecido a la felicidad. Pero no soy una niña, ni la deportista que disfruta en la carretera; yo sólo soy una ciudadana que se las prometía muy felices pensando que tras el carril bici de la Fuenfresca vendrían otros más y que sería estupendo ir por la Perimetral, desde mi casa al trabajo, en un seguro y flamante carril de colores… pero ahora sé que “dadas las circunstancias” tendré que esperar bastante hasta que pueda llegar a mi trabajo “a dos ruedas”: a lo sumo podré recorrer sobre ellas un trocito entre las paredes rojas de este camino del Teruel escarlata; así que me cruzo hasta la Fuente Cerrada y voy en busca de nuestra vía verde, la más larga de España, porque la de Ojos Negros/Sagunto es como un caminito de plata hasta el mar, ¡una preciosidad, vamos!…y además con un montonazo de euros invertidos en su recuperación, pero que empieza a preocuparme porque tras su inauguración no parece que nadie haya “presupuestado ya” su mantenimiento. Estos días se está celebrando en Europa la “Semana de la Movilidad”; hubiera sido una buena excusa para reflexionar sobre cómo conseguir que el coche no sea el patrón (modelo y amo) sobre el que se construya nuestra vida, y hablar un poco de otras formas de “moverse”. Y hablando de “movidas” y celebraciones, y estando como estamos aquí en Teruel en plena y sabrosa Feria del Jamón, bien claro lo tenemos: sigamos apoyando productos agroalimentarios (también, y mucho, el ovino) y apostemos por el turismo de calidad; nuestro paisaje es prodigioso, y destrozarlo sería una cicatriz para el futuro difícil de disimular. Dejémonos de cementeras y dinero fácil concediendo licencias que nos contaminan, y no nos olvidemos de cuidar y aprovechar lo que ya tenemos: nuestra Vía Verde, por ejemplo. Un lujo que sin embargo no tiene señalización alguna en la ciudad, ni folletos en los ayuntamientos que la publiciten, ni mención en las páginas web oficiales de turismo provinciales (menos mal que tenemos la información que sobre ella da el Club Ciclista Turolense)… y… bueno, basta, que hoy es domingo y me espera la bici y un estupendo bocadillo de jamón bajo la sombra de la vieja acacia, esa que aún recuerda ver pasar al tren minero cabalgando hacia el mar.




OTOÑO POR LA TARDE




En otoño debería estar prohibido asomarse a las piscinas: nada más triste que una piscina dormida de aguas frías y oscuras soñando mañanas de risas infantiles; peligrosas, oscuras aguas de mirada azul profundo; hermosas, atrayentes y melancólicas piscinas de otoño, tan sólo habitadas por alguna ninfa de cuento que esconde su cabellera quieta y mentirosa bajo las hojas amarillas, como la Ofelia dulce y casi trasparente de Millais (“There is a willow grows aslant a brook, That shows his hoar leaves in the glassy stream...” ). La soledad llena las piscinas hasta rebosar y salpicarte, mejor hazme caso, huye de su lado, no te acerques, no la escuches. Porque en esta estación, la favorita para abrir la caja del recuerdo, debería estar prohibido asomarse a las piscinas y también a las ventanas. O así me lo parecía a mí la otra tarde, mirando tras los cristales a la gente caminando ensimismada, más deprisa que estos días pasados (el frío y la lluvia aumenta la velocidad de los humanos, al parecer)… pasando silenciosa de vuelta a casa, encogida sobre sí misma y poco abrigada para el frío que ya nos comienza en Teruel. Como una pecera de cristal iluminada por la luz tibia de un sol cansado, así se ve la ciudad tras las ventanas en otoño. Quizás parte de la culpa de este atracón de nostalgia repentina la tuvieron también Celtas Cortos y su 20 de abril del noventa sonando inesperadamente en la radio… “hoy no queda casi nadie de los de antes”… y oyéndolos sentir ese escalofrío feroz por la espalda al recordar a los amigos tan lejos de aquí que ya no vuelven, tan cerca del corazón que ya no se olvidan. Así es el otoño en mi ciudad, como un temblor que pasa rápido, que apenas se te instala dentro y el invierno poderoso y enérgico va y viene y le corta el paso, y te aleja de sus añoranzas y de sus blanduras, y le da un manotazo a estas llantinas sentimentales mías, porque se hiela el suelo y hay que volver a poner atención a cada paso, que el camino es largo y no hay tiempo para nostalgias ni recuerdos. Me gusta el otoño, me gusta mucho porque sé que dura poco. Me gusta este tiempo pequeño de retorno, esta pausa para mirar atrás y ver a Sísifo bajando de nuevo hacia la guarida de los dioses. Otoño es tierno y delicado, sabio abrazador que se te pega dentro de la piel si no tienes cuidado… huye del otoño, hazme caso. Otoño es tiempo de leer memorias, pasear junto a las piscinas oscuras y mirar por la ventana: en mi mesa tengo los cuadernos de Paul Valery y la última parte de los diarios de Ernst Jünger, los alterno a veces y es como si ambos se contaran cosas esta tarde de domingo y otoño frente a la cristalera.




LOS 300




El expedicionario Hall Bregg regresa a la Tierra después de ciento veintisiete años de viaje por lejanas galaxias (allí el tiempo apenas ha supuesto diez años). Stanislaw Lem ha preparado para su protagonista, tras su retorno de las estrellas, un escenario bien distinto del que dejó: a duras penas llega a reconocer a sus semejantes como seres humanos, y la soledad y el aislamiento se han convertido en sus compañeros inseparables. Acabo de terminar el libro y al cerrarlo dejo al astronauta caminando sobre la nieve, convencido de que por fin encontrará su “casa”; dentro del coche hace un poco de frío, ese pequeño escalofrío del otoño, y espero paciente, ahora sin leer, a que mi gente regrese oliendo a pino y con algún rebollón (de nuevo “espero”) en la cesta. Una se siente muy pequeña en medio de estos magníficos pinares y el esguince inoportuno. Levanto la vista tras los cristales de la máquina y me parece estar flotando, a punto de aterrizar sobre el borde del horizonte, una hermosa cortina verde recortada de azul. Se me ocurre entonces que la Sierra de Albarracín es una Galaxia, una de las más hermosas de nuestra provincia: bosques profundos, montañas de rodeno, ciervos, jabalíes, águilas reales y grandes cuervos negros, castillos desafiantes, casas de piedra, iglesias tranquilas, y sobre todo buena gente, su gente serrana: serena, resistente, tan inquebrantable como sus riscos, tan airosos y gallardos como los juncos de sus ríos. Las gentes de la Sierra saben tripular su nave entre las estrellas, (¡el cielo está tan cerca de sus ojos…!). Yo lo sé bien ahora, porque he acudido a alguna de sus actividades y leído alguno de sus libros, lo sé porque cada día se les nota trabajar con más ahínco y fortuna. Sé además que trescientos de ellos, como aquellos otros trescientos espartanos, tienen su particular Termópilas en el trabajo entusiasta por su “tierra” y en definitiva por su futuro. Los trescientos componentes del Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín (CECAL) no pueden predecir el devenir, pero son los que lo forjan con su entrega; ellos saben que el pasado es herencia rica y favorable, pero también que es delicada y hay que esforzarse en conservarla. Trabajando y preocupándose por su historia, su rico patrimonio artístico y natural, su léxico y literatura, sus tradiciones y en definitiva por su cultura, van poco a poco construyendo un universo lleno de alicientes, un porvenir para esta galaxia exquisita, a la que si volviera cualquier viajero espacial tras su retorno de las estrellas, estoy segura de que Lem pondría el punto final y feliz de su historia aquí, en la Comunidad de Albarracín.





CHOCOLATE Y CARMÍN





Durante el resto de la semana vuelve a casa sin ni siquiera detenerse a mirar las portadas de las revistas del kiosco de la plaza del Tórico, sólo lo justo para saludar a Ángel, que siempre afable, sigue al timón de ese barco emblemático que pusieron a flote con gran esfuerzo hace muchos años sus animosos padres. Él la saluda con su sonrisa de hombre bueno mientras vende al mediodía los últimos periódicos a algún despistado, y ve pasar bajo los porches a funcionarios, oficinistas, empleados y burócratas, a la tribu más variopinta de nuestro Teruel inefable ya de regreso, con paso más que aliviado, hacia sus casas. Es hora de cerrar, hora de irse, ese tiempo en que las calles quedan de pronto vacías, y se hace por minutos el silencio en la plaza triangular, ésa que por no conocer ya no conoce ni el arrullo de palomas. Pero de todo esto no se entera ella. Ella ya está en casa. Ella, la mujer de ojos grises, sólo compra los periódicos los fines de semana. Y es que más que la prensa le vuelven loca los dominicales. El caso es llevarse a casa un fajito de hojas multicolores y respirar ese olor a tinta y papel couché, fresco y adictivo como el pan. El domingo de camino a casa el peso liviano del papel le recuerda que es día de fiesta, día en que vendrán sus nietos a comer con ella, día para soñar en color con los anuncios a doble cara que venden ropa de diseño a precios inaccesibles, cremas de belleza milagrosas, relojes, pulseras, coches, viajes... paraísos con códigos de barras y etiquetas… ¡para flipar en colores! para qué miras eso si no se puede comprar con esos precios, ni tú ni nadie que lo lea… no me explico por qué nos ponen esos anuncios, casi ofenden le dice su nieta, adolescente y rebelde, y entonces el nieto, estudiante de economía, abraza a la abuela y les suelta a las dos la última teoría que ha oído por la facultad, ésa de que en tiempos de crisis se venden más dulces y los lápices de labios más caros... placebos de lujo de los otros lujos a los que no se puede aspirar, pero la gente no quiere renunciar a tener su sueño aunque sea en trocitos o en porciones, les dice. Mientras los dos nietos, la concienciada y el sentencioso, se enzarzan en un debate interminable y cada vez más efusivo, la mujer hace pequeñitos sus ojos grises por la sonrisa y mira por la ventana llegar el atardecer del último domingo de octubre; piensa que en ese momento todo lo que le rodea es como uno de aquellos anuncios de las revistas; el último tren sonando tras la pared pintada apaga la conversación de los nietos, mientras ella se queda con sueños de chocolate y carmín en papel couché.





LA VISITA




A veces hay que saber recoger los pedazos y marcharse con la música a otra parte. Como si estuviéramos de prestado y nada ya tuviera importancia, o al menos la importancia que le dimos hace tiempo, poder ser capaz de olvidar banderas y caminos, y echarse a un lado de la cuneta con los “otros”, con “esos” que siempre adivinaste de pasada e ignoraste, “esos otros” que ahora ya son de los tuyos, o si me apuras, parte de ti mismo… Pese a que tus ojos están repletos de adormidera, nunca lo habías tenido tan claro como hasta ahora ni te habías visto menos confundido; ya ni te asombras de no reconocerte en el recuerdo de la sombra del espejo. Atraviesas el pasillo de la casa y en la penumbra violeta le susurras que nunca había entrado en tus planes ni en los planos que trazaste para vuestra vida, lo que te está ocurriendo. Permaneces erguido y quieto junto al umbral de la puerta sin atreverte a cruzarla. La habitación tibia como el pecho de un pájaro, los zapatos junto a la cama y el rostro querido, al fin, ante tus párpados atónitos... eso, y sobre la cómoda las flores amarillas inclinándose sobre vuestro retrato juntos. Labios fríos sobre el cabello y un sudor helado en su frente delicada. Dolor suave al acariciar la palidez de la piel. No lo pensabas aunque lo sabías, pero ahora que alguien ocupa tu lugar en la calle que tanta veces caminaste, y gira y gira, vacía, la silla de tu despacho sobre las ruedas azules, de pronto descubres que ya no importa tanto nada. Recorres habitaciones conocidas siguiendo el hilo de la luna y la dulce melancolía. Los niños resbalan en sueños blancos y suaves, abandonados los juguetes sobre la almohada. Tus pasos son como estrellas que se apagan, suspiros deambulando por la soledad que te devuelve una y otra vez como un eco las paredes conocidas. Y permaneces así, en el abismo, prendido de cada respiración infantil, desangrándose tu corazón oscuro mientras se detiene el tiempo. Definitivamente a veces hay que saber recoger velas y marcharse. Te envuelves en la espuma de una marea que te lleva al fondo del mar que ya no temes; tripulante de la nave visionaria te esperan tus compañeros, guerreros del ejército de piedra a bordo del navío callado y te alejas definitivamente, fantasma de visita en la ciudad… Callan por fin las campanas y en el silencio del amanecer tiembla sobre la casa sólo el crepitar de la llama púrpura; junto a la ventana abierta se adivinan árboles grises e informes, y flotan en el agua bendita las palomillas encendidas por los difuntos un día de noviembre.






ELIPSIS



Se esforzó, y mucho, Tucídides al escribir sobre la historia de Atenas y de Esparta. Estaba convencido de que si conseguía diseccionar con método y escrupulosa asepsia aquel conflicto entre las dos potencias que en su época lo eran todo, podría predecirse cualquier otro acontecimiento histórico. Un logro para siempre, así definió su obra el ateniense, porque para él los hechos respondían siempre al carácter inmutable del comportamiento humano. Por primera vez la historia se descubre como algo más que un mero narrar de acontecimientos sucesivos para detenerse en buscar también sus causas -políticas, morales, psicológicas…- para fijarse en los comportamientos de los protagonistas, en las circunstancias que condicionan los sucesos… en un análisis pormenorizado que intentará explicar la génesis de lo sucedido a través de los detonantes externos y las causas internas. Es el nacimiento de la historia en su carácter más didáctico y ejemplarizante. Genial Tucídides, al que he vuelto estos días buscando respuestas; recomendable leerlo cuando la conocida incertidumbre se nos instala, y nos envuelve en la elipsis de la duda. Y es que, complicado pasar la Albada de esta semana sin nombrar a Obama y la euforia y el entusiasmo que le rodean. Difícil no decir que estamos todos un poco perplejos preguntándonos, con los dedos cruzados, que pasará con este nuevo sueño americano en el que merced a la globalización participamos más que nunca. Andan comentaristas de tertulias y doctos colaboradores consultándose unos a otros que sucederá, en que quedarán “las cosas”… y la verdad es que andamos todos así, pensando en “lo mismo”: en que si sabremos superar la crisis y será rápido e indoloro, en que si el paro no seguirá subiendo, la bolsa bajando y no nos afectará, que si nos libraremos de las guerras y del peligroso agotamiento del planeta... definitivamente, en que si saldremos de ésta y si lo hacemos, será todo redondo, con un final feliz para los de arriba y los de abajo, para los del norte y los del sur, el the end para esta historia que empieza a parecerse a un cuento mágico con príncipe salvador o mesías sonriente… Considerar nuestro futuro unido a este Pericles moderno repleto de buenas intenciones, que tendrá que dirimir tantos y desmedidos frentes me pone nerviosa. Prefiero pensar que es labor de “todos”, responsabilidad de todos, y cruzar yo también los dedos, para que el sabio tenga razón, una vez más… y que el final feliz sea tan predecible como la inexorabilidad del acontecer, resultado del comportamiento constante del ser humano…Tucidides dixit.




MIRAR HACIA OTRO LADO



A veces me parece mentira, especialmente cuando pienso en lo que hemos cambiado los de nuestra generación. Aquella sensación de formar parte de un todo, de pertenecer a “algo especial e importante”, unidos frente a la injusticia y contra las cosas mal hechas, aliados para desenmascarar a los indignos y despreciar a los infames… ya ves -y aquí aunque parece cansado, me sonríe un poco- nos definíamos con las palabras más sonoras, las más hermosas, porque nos reconocíamos responsables de que aquello cambiara, portadores de valores, con un espíritu de servicio muchas veces suicida... no importaba haber vivido apenas 17 años, no conocer otros países, ni que no fuéramos a la última... no importaba no llevar un duro en el bolsillo, las carreras delante de los grises y el miedo en las esquinas, que la tele emitiera mentiras en blanco y negro... teníamos ilusión y valor para hacerlo, para decir “basta” y gritar un “ya está bien”... Sabíamos que no estábamos solos, que era tiempo de solidaridad, de rebeldía... tiempo en el que era más fácil respirar porque el aire venía cargado de esperanza, aunque estuviera oculto tras nubarrones. Canciones de La Bullonera y Labordeta cantadas en un Alacón heroico, épicos corazones en un campo de batalla heleno… y no será porque ahora no sepamos –deja el periódico en la mesa-, tardamos porque los hilos están muy cerrados, pero al final a poco que alguien rasque sale la mugre... rotunda como es, como lo han sido siempre la fealdad, la irresponsabilidad y la burla; como lo eran antes, y lo siguen siendo ahora la indecencia, la desvergüenza, el provecho y el lucro con lo ajeno. Los sobornos y el vivir sin dar golpe están todavía ahí con otras caras, pero lo que realmente me preocupa – su voz se hace casi opaca- es que ahora miramos hacia otro lado, apenas nos indignamos y si lo hacemos nos dura poco, simplemente y sólo bajamos la cabeza. Dinero público malgastado, clientelismo, especulación, irresponsabilidad, ineptitud… y ahí seguimos todos, y nadie se avergüenza, ni dimite, ni siquiera afeamos las conductas… no sé si es miedo o dejadez - suspira- o quizás es que ya todos queremos apuntarnos a caballo ganador a poco que nos dejen. Y aquí baja él también la cabeza y calla al fin. Entonces le digo a mi viejo amigo, que el mundo es estupendo, esta gigantesca masa mineral y llena de vacío, volando en mitad de la nada, y que mejor nos acercamos a ver llegar las grullas a Gallocanta. Hermosas y eternas grullas. Puede que mientras remonten vuelo y sigan visitándonos los pájaros de la felicidad, todavía algo “especial e importante” nos haga levantar la cabeza y mirar hacia otro lado.





LABERINTO


Un laberinto sin salida, eso empieza a parecer la historia de esta provincia. Un andar y andar dando vueltas sin sentido sin ver el final… ¡agotador además de descorazonador! Sin victimismo, empezamos a reconocer como natural nuestra singularidad en el abandono. Porque incluso aquél que se decía “el elegido”, aquel pueblo antiguo que recorría el desierto por tiempo y tiempo, tenía un destino y un final feliz escrito en las estrellas en las que llegó a creer. A nosotros, eso de la fe hace tiempo que se nos ha olvidado, y de estrellas, sólo recordamos a la que acompañó al toro negro hasta la fuente. Y eso que augurios y auspicios no nos faltaron nunca, por ejemplo cada cuatro años muchos, de todos los colores y desde todas las direcciones… pero dadas las circunstancias y a hechos consumados, comienzan ya a sobrarnos profetas y líderes falaces mientras una sonrisa irónica y pertinaz amenaza con pintarse cada mañana en las caras de los más viejos de los nuestros. Pero bueno, por lo visto aquí nunca pasa nada, al parecer somos resistentes, lo aguantamos todo y esperamos estoicamente que nos llegue “la siguiente”… Hace tiempo que sabemos que para levantarnos y continuar aquí, después del reiterado tropiezo, nosotros no tendremos nunca maná del cielo que nos alimente, ni nubes o columnas de fuego que nos guíen… Es así, y ellos lo saben y juegan con ventaja: nosotros somos gente dura y resistente… A nosotros se nos ha enquistado ya en el alma esa sensación melancólica y agridulce de ser los otros, la tribu de los apartados, los alejados, los desdeñados… A nosotros –y sin victimismo– que sabemos que no somos el pueblo elegido, hace tiempo que el espejo nos devuelve la imagen de la soledad. Esta hermosa tierra nuestra, esta tierra arrinconada, donde el ostracismo acecha de reojo a estepas y sierras, a jóvenes y mayores, parece que flota a la deriva en un universo propio e insólito. Aliagas, ruinas y lluvia amarilla para nuestra tierra prometida, pero no más promesas vanas. En esta peregrinación absurda por el laberinto nos sobran falsas arcas de alianza. Porque al final todo es agua que se derrama hacia la nada, círculos en el vacío. Y esta vez no nos ha dolido ya tanto el que nos digan que NO, como el descubrir de nuevo que nunca se quiso que fuera SI, y que además nos lo excusen envuelto en una fingida preocupación medioambiental. A estas alturas querer dejarnos sin argumentos para protestar empañándolo todo con falsas cautelas en pro de la ecología no cuela, es ya demasiado cinismo… A estas alturas del laberinto hubiera sido más honesto decirnos la verdad: que siempre fue un NO y que lo demás son disculpas. Un favor: No nos utilicen más. Las águilas, los sabinares, los arroyos y los turolenses nos merecemos más respeto.





PREAMBULO




No es que caiga muy bien este año lo del seis y el ocho. No es lo que se dice propiamente un puente, pero tres días seguidos de fiesta son mucho lujo para Elisa y no está dispuesta a desaprovecharlos. Está ávida, siempre deseosa de fiesta y vacaciones para viajar. Mira el calendario y hace cábalas, calcula fechas e imagina... Desde que dejó el instituto siempre trabaja, o más propio sería escribir que lo hace desde antes de dejar el instituto, ya que ni siquiera llegó a terminar los últimos exámenes del curso, cuando le entraron las prisas por no perder la ocasión de aquel contrato en la gran ciudad… Tienes un alma impaciente, mi mariposa inquieta, le decía su abuela cuando la acostaba de niña, y antes de las buenas noches jugaban juntas a recitar los nombres de los continentes, de los ríos, de los países, dando vueltas y más vueltas a la bola azul. Ahora, mientras cierra los ojos al compás del bamboleo ligero del metro, recuerda Elisa aquella deliciosa irresponsabilidad de la infancia, los ecos de las risas, la complicidad entre clase y clase con su grupo de compañeros, esos mismos que ahora apenas ve en sus escasas visitas al pueblo. Hace tres trasbordos más hasta llegar a su barrio, y atardece ya cuando entra al piso. La maleta junto a la cama, siempre lista. El avión saldría por ejemplo a media noche, piensa, podría aún echar una cabezada... Cuatro veces antes ha estado en Venecia. Ahora será la quinta. Tres de ellas lo hizo acompañada, y dos, con ésta, lo hará sola. Desde hace años viaja así, entre la soledad y el amor: un viaje, dos viajes, el caso es salir al mundo, asomarse ahí fuera, cada vez más lejos y más a menudo del centro de la bolita azul. Come mandarinas y se recuesta en el sofá mientras espera. Fuera hace frío y tras los cristales del balcón vecino se adivina una televisión encendida. El siroco levanta la marea en las aguas grises de Venecia. Casas inundadas, puertas que parecen querer encerrar al mar, calles trasparentes, líquidas, casi inexistentes. Elisa sueña con la hermosa ciudad que flota, la que estos días está más imposible, más increíble que nunca. En la penumbra la abuela arropa con ternura a la nieta trabajadora que se ha quedado dormida, rendida tras otra jornada agotadora. A su lado el viejo globo terráqueo, inmóvil y gastado, parece brillar bajo el halo de la luna creciente, esa misma luna que si la miras bien, como hizo Elisa hasta dormirse para vivir otro viaje, contiene la imagen de una estrella o quizás Venus, que parece que está delante, pero que está mucho más lejos, como si una gota flotara a unos centímetros de la luna.



DE PARTE DE UN VAMPIRO





Escuchar las memorias de un vampiro es como leer un libro de historia en primera persona. Viajero impenitente a través de paisajes y de siglos, aquél que ha cruzado océanos de tiempo es ya un sabio conocedor de la humanidad. Sabe pintarme el pasado tan real como el presente, que para él es el mismo. Cuenta que ha visto caer imperios que parecían inextinguibles y surgir otros de entre la barbarie más flagrante. Me habla de que ha visto empezar guerras atroces, sin lógica, tan sólo emprendidas por el capricho de un loco poderoso; de que ha sido testigo de pueblos enteros muriendo de hambre y de la atonía de sus vecinos más afortunados… de que ha visto héroes y genios, tiranos y depravados, épocas brillantes y de luces apagadas, años de esperanzas y de abatimientos… El vampiro me recuerda en especial aquella Roma de los últimos días del imperio, aquella poderosa máquina cuyos graneros podían permitir que más de medio millón de ciudadanos no necesitaran trabajar para vivir y no tuvieran otra ocupación más que la de divertirse, aquella misma Roma “eterna” que a finales del siglo IV se parecía como un calco a nuestro Beirut de 1980. El vampiro está preocupado, muy preocupado, me dice, por nosotros… y no saben ustedes la sensación que se tiene cuando un ser fabuloso como éste advierte alarmado sobre el futuro. Difícil evitar el escalofrío mientras desgrana una a una, pieza a pieza, las partes de este rompecabezas con que cada día nos desayunamos al oír las noticias, al leer los periódicos… al saber que ese amigo se ha quedado en paro y que ya son más de seiscientas mil las familias que lo están hoy en nuestro país, al preguntarnos qué pasará cuando el subsidio se termine de cobrar y los parados desesperados que recorren las calles de Jaén sean también los de nuestra ciudad, al sentir que las revueltas en Grecia las tenemos ya en la puerta de casa, y que todo parece como un polvorín a punto de estallar, como esas fichas de dominó puestas en fila que de pronto son imposibles de sujetar en pie y van cayendo poco a poco, irremisiblemente. No quiero seguir escuchando a este adivino aciago, y le interrumpo: quizás, lo que ocurre es que avanzamos a grandes zancadas hacia un nuevo mundo más diáfano, seguramente después de un pequeño trayecto en la oscuridad podremos… ¡vendrá una edad oscura para el hombre, casi tanto como la de mi reino…! me corta el drácula locuaz. La pesadilla ha durado gran parte de la madrugada, durante ese sueño casi de vigilia en que el día y la noche son lo mismo por segundos. Al levantarme me ha parecido ver una sombra tras la ventana, pero está cerrada y el sol se anuncia ya por encima de los tejados.





MUNDO FELIZ





Allí habitan mujeres hermosas, hombres fantásticos, niños felices y ancianos de mirada serena, generalmente con gafas…” No, no es ésta la descripción de los habitantes de ningún paraíso perdido: Stanislaw Lem está sólo escribiendo sobre la realidad cotidiana en la que nos movemos todos; ésa que se nos adueña, incluso a nuestro pesar, desde que nos despertamos. Esa arcadia feliz no es otra cosa que el “mundo” (universo paralelo en el que vivimos, al parecer) de la publicidad. Y a los seres tan felices de la pantalla, de los anuncios a color de las revistas, de los carteles de las marquesinas, de los paneles del supermercado y de la pequeña tienda, pegados entre las ventanas del autobús, en los escaparates… a esos personajes, hologramas ideales e imaginados de nosotros mismos, para su frenesí y euforia permanente sólo “les basta con un flan en un envoltorio nuevo, una limonada de agua pura, un spray contra el sudor de pies, papel higiénico impregnado con olor a violeta o un armario, aunque tampoco haya nada extraordinario en él, aparte del precio”. Nos sonreímos irónicos, pero no hay que subestimar la influencia de sus caras de felicidad. Sus miradas arrolladoras, su entusiasmo fervoroso al descubrir el poder del detergente que lo deja todo impecable en un hogar “insuperable” con familias “inmejorables”, el placer al conocer las prestaciones increíbles de un coche o el arrobo ante el perfume definitivo capaz de llevarnos al éxtasis, nos empapa como la niebla; y al final, terminan por convertirse en nuestro placebo favorito. Tan necesarios, tan seductores, que tras ver las noticias y cerrar un poquito los puños ante las víctimas ensangrentadas en Gaza o tras aburrirnos al oír al político de turno el mismo discurso, resulta finalmente que cuando llegan los interminables anuncios nos dejamos arrastrar por ellos y, casi sin mirarlos, nos deslizamos aliviados por esos mundos donde todo es luminoso y seguro. Contundente termina Lem: “A medida que se perfeccionaba en la lucha de las mercancías por subsistir, la publicidad nos dominaría no porque la calidad de las cosas fuese cada vez mejor, sino porque la calidad del mundo era cada vez peor. ¿Qué nos queda en las ciudades abarrotadas bajo lluvia ácida después de la muerte de Dios, de los altos ideales, del honor, de los sentimientos desinteresados, aparte del éxtasis de señoras y señores en los anuncios de galletas, flanes y lubricantes como si contemplaran el advenimiento del reino celestial?” Y puesto que he hablado de publicidad, terminaré yo recomendándoles un inteligente libro, “Provocación”, de S. Lem, un estupendo libro.




PRETEXTO





Un hombre se ha apuntado a cuanto ha encontrado. Idiomas, gimnasio y manualidades, cine, cafés y partidas de guiñote... a fuerza de pensarlo ha logrado compaginar un mar de horarios que vienen y van con meridiana puntualidad. Durante toda la semana, de lunes a domingo, ha conseguido tener todas las tardes ocupadas. El caso es no tener que encontrarse de nuevo su reflejo recortado en el espejo del pasillo; el tema es no tener que sacar las llaves hasta ya bien entrada la noche cuando el cansancio haya comenzado a aturdirle. Atravesar esa puerta se le hace cuesta arriba. Por dolorosa, la vuelta a casa bajo la luna blanca de enero, la retrasa siempre con cualquier pretexto. El piso está gélido, aún a treinta grados; silencioso, aún con la radio a todo volumen; envuelto en sombra a pesar de que a sus ventanas se asoman las farolas amarillas de la avenida. Esto debe llamarse soledad, se dice. Enero ha dejado atrás las fiestas de colores, y ahora los días y la realidad no tienen piedad con él. Sentado en la silla de la cocina, el hombre mira la pared vacía durante minutos suspendidos de la nada, la mira por horas de un tiempo que le parece como enganchado en el arbusto espinoso del satisfecho alcaudón, tic-tac de sus alas al aire. Siente el cuerpo frío, mientras arde el interior de su cabeza y le sangran los recuerdos. Cambiaría mi suerte por la de cualquiera, dice el hombre, pero su voz sólo resuena en cicatrices viejas. Despacio, muy despacio, todo pasa muy despacio. Los últimos días de enero son demasiado lentos, y él sólo sabe fabricar sueños con las golondrinas africanas que le visitaron en primavera. Las aves, azules y lejanas, le reconcomen y atormentan la memoria, esa misma que como una rueda muele una y otra vez los fantasmas de los que se fueron. Será melancolía, se dice. Y busca en el corazón de su ciudad perderlas a las dos, a la absorbente soledad y a la obstinada melancolía, desembarazarse de ellas, dejarlas olvidadas en cualquier esquina como el botín de un vencido, pero las calles han recobrado las prisas y el tedio; nadie ya estrecha miradas y desea felicidad; la sonrisa de la Navidad está guardada y bien doblada con el celofán azul y las guirnaldas doradas, todo junto, dentro de la gran caja de cartón. Despacio, muy despacio, también van llegando a su cerebro pequeñas chispas de esperanza, pero son fuegos fatuos, rescoldos de la hoguera. Ahora es otro tiempo, y cae afuera el silencio de la nieve rompiendo sobre la playa de la noche. Amanece al fin en la ciudad. De un piso, donde hace tiempo no vive nadie, sale buscando un pretexto, cada mañana, un hombre.






MÁS PARAGUAS ROJOS




Un escritor con paraguas rojo al que pasea, llueva o no, por todo Madrid; abierto sobre su cabeza, o cerrado bajo el brazo, se pierden por las calles más gastadas y también por las que acaban de estrenar acera y nombre. ¿Qué es una ciudad sin su excéntrico, sin su lunático de turno? Hago memoria y busco al estrafalario personaje parado de pie bajo los porches de la plaza del Torico, o caminado por el viaducto hacia el Ensanche. Lo aprenden los urbanistas desde su primera clase: la ciudad es un espacio compartido; lo repiten lo políticos locales y nos lo sueltan a bocajarro en cualquiera de sus discursos: la ciudad somos todos. Y en mi ciudad, hecha de un poquito de cada cual, de la aportación de cada hijo de vecino, busco y encuentro la ausencia del extraño, la falta del estrambótico que en buena lid nos debiera haber correspondido. O quizás se oculta bien y, sentado en cualquier banco, disimula, me digo, pero… ¿qué clase de personaje peculiar sería entonces el nuestro, si no se dejara ni siquiera reconocer? ¿Somos tan dogmáticos, tan monótonos y grises que le hemos obligado a buscar otro lugar para su inspiración? ¿Se nos han ido ellos también, asfixiados por la hipocresía, por el absurdo sentido del ridículo, por la desconfianza del que se escapa del patrón, del que se aleja de lo ordinario? Dicen los que parecen saber, que el mundo es un escenario en el que todos tenemos un papel; que es todo una ilusión, y la vida el espectáculo al que asistimos y en el que a la vez actuamos. En el escenario, en la cartelera, tras del telón, sólo nosotros, interpretando muy serios el papel, a veces el papelón, que nos ha tocado en el reparto, pero en todo caso y en definitiva, sólo una mota de polvo en el universo. Puede que pensarlo de vez en cuando nos haga menos duros, menos intransigentes con el diferente, podamos relativizar y darnos cuenta de lo mucho que en la “función” necesitamos a esos otros personajes, a los estrambóticos y a veces chocantes, sí, pero siempre geniales y con esa pizca de conciencia cómica que es sin duda la que nos hace respirar mejor… ¿Qué sería de esta vida nuestra sin el humor, sin el destello de la idea loca del genio, de su brillante fractura, de esa fisura imprescindible? Esponjemos la ciudad de Teruel, sacudámonos los prejuicios, ensanchemos el guión y ampliemos el reparto… así quizás algún poeta loco con su paraguas rojo vendrá a cruzar nuestros puentes y con suerte se quedará a vivir bajo la sombra de las antiguas torres.






FEBRERO




A veces he dado este consejo: mira las cosas con perspectiva, así los grandes problemas se te harán poco a poco pequeñitos y algunos incluso desaparecerán como el polvo cuando se sopla o cuando lo sacuden vendavales como los que han soplado esta semana pasada, por ejemplo. Todo consiste pues en relativizar, prosigo. Pero los consejos más difíciles son los que se tiene que aplicar uno a sí mismo, y quitar trascendencia y calibre a tus propias cosas siempre cuesta más que decir a otro que lo haga. Y no será por intentarlo, que me he leído a conciencia estos días, otra vez (por segunda vez) y de principio a fin a Clement Rosset. Su librito (el diminutivo lo pongo por el tamaño solamente) Lo real, que él subtitula, no exento de causticidad, Tratado de la idiotez, me sume en meditaciones muy “sesudas”, pero nada alegres, desde luego, para este principio del mes de febrero; así que dudo entre recomendarlo o sugerirles algo más ligero y alentador (la mención de la obra queda aquí hecha, no obstante). Todo sea por lo de “relativizar”, como escribía al principio. Se dice que el tiempo es el que da muchas veces la perspectiva de la insignificancia, el que nos mezcla los caminos y dota de banalidad a muchos acontecimientos de la vida… el mismo que la baña de monotonía y te invita a dormir de una vez por todas. Algo de eso será, me digo. Será que ya el año ha olvidado los comienzos en el que todo vale –hasta creer posibles viejos planes y propósitos conocidos– y febrero ha revestido a nuestro temido 2009 de toda la severidad que nos temíamos. Será que la palabra recesión se oye tanto que ya hasta los más jóvenes saben lo que quiere decir; será que los problemas en el trabajo se reanudan de nuevo tras el descanso por las vacaciones del jefe; será que la primavera aún la vemos un poco lejos a pesar de que el jazmín de invierno ha abierto ya sus flores amarillas... el caso “es” que febrero empieza sombrío y serio. Teruel Existe recuerda promesas y exige, porque son ya muchas las ilusiones detenidas; el Ayuntamiento de la capital bordea los nuevos cambios buscando el camino; la provincia presenta proyectos para obras que pagará el Fondo Local y en las altas instancias del gobierno de nuestro Aragón se presienten los seísmos y se preparan y miden las fuerzas. Mientras, la pequeña ciudad, este Teruel bendito, apenas se despereza y vuelve la cabeza buscando las primeras señales de los días festivos por las bodas de su vecina Isabel. Relativicemos pues: los tiempos de la ciudad nos van marcando a todos y febrero mesurado es momento de mirar con perspectiva el futuro, esa serie infinita de los tiempos que nos quedan por llegar.





PLAZAS


Una plaza siempre ha sido un lugar para estar. Al menos para estar un poco o para “salir un ratico” que dirían nuestras abuelas. Una buena plaza tendría que tener sitio ya no para poder sentarse junto al árbol y la fuente -qué ojala pudiera oírse en todas la música del agua y las hojas agitadas- pero si al menos el espacio suficiente para poder ver un trocito del cielo y para poder mirarnos de frente; para oír algún pájaro despistado, y para escucharnos respirar. Ser el lugar para encontrarnos a nosotros mismos en la soledad de algún momento del atardecer, entre prisa y prisa, y también el paisaje de la reunión con el amigo o la charla animada con la vecina. Una plaza, además, es el escaparate de la ciudad para los que nos visitan, ese fondo repetido de fotos de grupos sonrientes que llenarán innumerables álbumes y carpetas de ordenador bajo el título de “visita a Teruel”. Seguro que todos guardamos grata memoria de esos rincones de nuestros viajes. Yo recuerdo especialmente las pequeñas placitas de Córdoba (ellos también tuvieron un URBAN inversor), recoletas y casi siempre con alguna escultura deliciosa, olor al azahar de los naranjos y una antigua fuente. Me gustaban sus plazoletas pequeñas, esas de bordes suaves, a medida para los que viven la ciudad –los de allí y los que íbamos allí-, espacios ganados a la convivencia y al momento del solaz en medio de los cruces y las esquinas de las calles retorcidas y los callejones recorridos siglos ha por Maimonides y Averroes. Las plazas son lugares que convocan y aproximan, paradas para un respirar más pausado y un estimulo de los sentidos… tanto que sino es así, me digo quizás no deberían llamarse plazas. En el centro histórico de Teruel contaremos en breve con la “reforma” de tres de estos espacios. Un casco de urbanismo medieval el nuestro, en que cada una de estas plazas debería ser un feliz hallazgo. Para estos lugares herederos de las ágoras griegas y los foros romanos, nuestros salones urbanos, todos cruzamos los dedos esperando darnos por una vez y definitivamente los parabienes a nuestra política urbana. La última que ha saltado estos días a la prensa es la plaza de la Marquesa, también llamada Fray Anselmo Polanco. Y ya que he llegado hasta aquí, terminar diciendo que me gustaría que se recobrara para este lugar la imagen emblemática del Teruel de finales del XIX, una plaza tranquila, con sus hermosos edificios dándole toda la hermosa prestancia que siempre la caracterizó, y como no también con ese recuerdo, ese monumento a aquellos 24, y a la historia de los turolenses que nos precedieron y que con razón y orgullo la llamaron Plaza de la Libertad.




CARTAS






Hablo de las de amor, claro. Tal día como hoy no podría referirme a otras que no fueran las dulces, las muy apasionadas, las casi siempre cursis, eternamente necesarias y tan esperadas, cartas de amor. O también podría escribir este domingo de esos correos electrónicos repletos de “te quiero”. O de esos “bss” que restallan en las pantallas de los móviles y que se guardan tiempo y tiempo en la bandeja de entrada. Que ¿qué habría pasado si a Isabel le hubieran llegado noticias de él, aunque hubiera sido tan sólo y siquiera uno de esos “tq”, cortitos y menudos pero tan contundentes, que ahora lanzamos al aire, segurísimos de que llegarán de inmediato a su destino?. Abbey Lincoln cantando “Love has gone away” bajándosele en un archivo mp3 a Juan desde el portátil de su chica de Teruel, o ver por primera vez la letra del amado, la carta inesperada dejando constancia en tinta azul del sentimiento inaprensible... Definitivamente da la impresión de que Amor lo tiene más fácil ahora, o al menos lo parece, porque ya se sabe que pocas cosas son como aparentan… He contado innumerables veces la historia de nuestros Amantes a los que nos visitan y siempre he observado con mal disimulado interés de “pseudoantropóloga” aficionada sus reacciones, sus ojos al ver las dos figuras blancas y esos huesos enamorados bajo el alabastro. Me han dicho mucho de cada persona su expresión de serio interés, de duda, de ironía, de emoción, de tristeza o de sonrisa escéptica; y es que eso del Amor es como una lotería de la que todos llevamos boletos pero ni sabemos siquiera si habrá premio, ni aún la hora del sorteo… el sentimiento en estado puro, dicen, “eso” que a cada uno le va como le va... Y mientras, yo, conforme me he ido haciendo mayor, cada vez que he empezado a contar de nuevo su “historia”, confieso que se me ha ido enquistado un poquito de coraje contra ese Destino feroz que muy a menudo reserva la Vida a los que claudican al Amor. Será la edad, me digo, o que el romanticismo me duele más y ya no soporto tan bien las historias trágicas de Tristánes e Isoldas y aquel comienzo de “Señores, ¿os gustaría escuchar un bello cuento de amor y muerte?”. Así que desplazo premoniciones e inconscientemente rechazo preguntas para las que sé que no hay respuestas. Afirma el sabio en quereres Denis Rougemont, que el amor feliz no tiene historia, que sólo el desventurado, ése de destino fatídico como el de nuestros queridos Isabel y Juan, tiene lirismo. Puede que tenga razón, pero por si acaso se equivoca y un Amor despistado se entretiene en gracias de pestañas y suspiros, mejor nos espantamos la pereza y la vergüenza y hoy escribimos una carta de amor, o un sms, o un correo electrónico o pintamos un corazón junto a su buzón.





INCORRECTA



Políticamente incorrecta. Así me gustaría que empezara esta albada de domingo. Hacerlo huyendo de sutilezas, con argumentos contundentes, aparentemente contradictorios y en todo caso siempre incómodos, como esos a los que me invita el poema de L.A. de Cuenca: ”Sé buena, dime cosas incorrectas/ desde el punto de vista político... Dime cosas que lleven a la hoguera/ directamente...” Pero, como Ulises, ”directamente” me agarro fuerte al mástil y desoigo la invitación de los cánticos de las hermosas sirenas, mientras pretendo llegar a puerto más o menos seguro. Y la razón, quizás precisamente y aunque parezca una paradoja, no es temor ni falta de valentía, ni mucho menos aquiescencia ciega a unas siglas, sino el querer evitar, volviendo al “tema”, caer en la banalización de la realidad que me preocupa; tal vez sea por no incurrir en apriorismos, lugares comunes y otras lindezas que hacen parecer manoseado lo que como más auténtico y genuino aprecio, por lo que hoy escribo casi de puntillas. Y así, me limito sólo a mencionar escuetamente lo mucho que nos dolería una nueva promesa sobre los cimientos fangosos del engaño. Otra vez se nos pide más tiempo y más paciencia en una provincia cuya generosidad hay quien llega a veces a confundir con negligencia, y su confianza con la flojera del necio, pero que sepan que no somos así; que aunque algunos nos miren como si lo fuéramos, no somos ni simples ni displicentes. Y hablando de miradas, acudí, como ustedes, a la manifestación del sábado para que nos vieran a todos, para que supieran que estamos y seguiremos juntos adelante pese a todo una vez más... pero ¿hasta cuándo esta tierra y su gente van a resistir aquí y así? Corren malos tiempos, malos también hasta para promesas, incluso para las de cumplimiento lejano que son las más fáciles de hacer. Es por la crisis, dicen. La crisis, ya saben, ésa que comienza suavemente, apenas sin sentirse cuando el mal ya está hecho; la crisis que es como esa pieza de dominó que cae la primera, casi sin ruido, para ir poco a poco extendiendo la debacle por todo el tablero... Ejemplo: esta semana ya es un hecho conocido que una importante empresa agrícola ha entrado en suspensión de pagos; el caso en sí tiene trascendencia por ser el comienzo de un importante desastre en el campo turolense, para las explotaciones ganaderas del sector ovino, para los transportistas, para el sector de los piensos, para los muchos implicados que en definitiva, como las fichas de un castillo de dominó, veremos desarmado y desarticulado este territorio, esta provincia nuestra. Unir a la mención de estos datos otros conocidos haría de esta albada fuera no sólo ya políticamente incorrecta, sino un mar de lágrimas que no quisiera glosar. Así que cerraré este canto mañanero y festivo que decimos albada. Albadas que también pueden ser guerreras o amorosas. Albadas o cánticos para despertar.



PESADILLA DE NEUTRONES




El hombre antes de dormir siempre mira la misma estrella. Esta noche ha cenado un huevo frito con patatas fritas y la ensalada con tomate que su mujer se empeña en que coman todos los días. Después de dormitar en el sillón frente a la serie de turno, dice buenas noches y deja a la esposa con la televisión. La ventana del dormitorio da al norte y Schedar, la más brillante de Casiopea, también está encendida. La enorme masa de gas naranja llenando todo el objetivo del telescopio astronómico, catadrióptico y semiprofesional de última generación, preciada posesión que se tragó literalmente todos sus ahorros de diez años, entra hasta el ocular y restalla en el interior de su cerebro, que la reconoce de forma maquinal, inconsciente, diríase que instantánea, como lo hace por las mañanas con la cara soñolienta que indefectiblemente de lunes a sábado se asoma al espejo para afeitarse (los domingos no, los domingos se permite la molicie y la desgana, aunque esa es otra historia). El cuerpo celeste titila, pero sus neutrinos y el viento estelar no le llegan al hombre que la mira absorto, ya en pijama. Autogravitan los dos, Schedar y su pensamiento, la estrella y el terrestre, a un tiempo, en la misma órbita, con el silencio más oscuro alrededor. Si parásemos, desapareceríamos, le dice el hombre al cielo y su susurro es la sombra de un suspiro, que presiente la partícula primordial estallando, hidrógeno y helio girando a velocidades asombrosas hasta que la luz ya no puede escapar y lo negro detiene todo y a todos en la hondura más espesa. La mujer se acuesta a su lado. Antes ha bajado las persianas y colocado con cuidado las cortinas de cretona –ella siempre le dijo que la luz no la dejaba descansar–. Mientras oye el respirar pausado por el sueño, el hombre imagina sobre el techo oscuro a la supernova definitiva: explosiones estelares de nubes cuyas partículas brillarán durante miles de años, y cierra con su mano una imaginada aurora azul oscuro de oxígeno, granate intenso del azufre... blanco, rosa y naranja de gases, filamentos celeste-verdes de sulfuros, iluminando sus dedos extendidos y trasparentes. Cuando el cansancio le vence, la oscuridad vuelve pétreos habitación y durmientes. Más allá del estallido simultáneo de su imaginación y tras la cretona, nunca sabrá que se acerca ya el fabuloso espectro electromagnético que su telescopio astronómico, catadrióptico y semiprofesional, que terminó con su economía en números rojos, nunca enfocará. Vivir el espectáculo más bello es lo que tiene, que ni oyes morir a las flores cuando el último chispazo te arrebata el alma. Definitivamente, quizás, cenó demasiado.




SUMMA MUSICAL



El sábado asistí al concierto homenaje al Padre Muneta que organizó la siempre oportuna Fundación Amantes de Teruel. Desde aquí mi enhorabuena a este incansable compositor y entusiasta maestro. Temo desgranar aquí sus méritos porque son tan numerosos que seguramente me dejaré algunos, pero sucintamente aquí van: fundador del Instituto Musical Turolense allá por el año 1977 (hoy actual Conservatorio Profesional); creador y director de la Polifónica Turolense; compositor de más de cuatrocientas obras para coro, orquesta sinfónica, orquesta de cámara, piano… autor del ‘Himno a los Amantes de Teruel’ y de más de media docena de obras dedicadas a Los Amantes de las cuales la Fundación acaba de editar un Cd. Siempre al frente y colaborador atento con todas las iniciativas, él mismo ideó, y organiza todavía, la Semana de la Música en Teruel cuya edición este mes de mayo hará la número 31; artífice de las Jornadas para Órgano que ininterrumpidamente también vienen celebrándose… y no, no me olvido de otra muy importante faceta en la labor de este flamante doctor en musicología por la prestigiosa Universidad Gregoriana de Roma, como es la ardua tarea de transcriptor y editor de multitud de partituras, en especial las de la Catedral de Albarracín, que gracias a su trabajo, laborioso y constante, se han recuperado del olvido para deleite de todos. Bien merecido pues, y bien ganado este homenaje y todos los que vengan para él. Mi enhorabuena de nuevo y gracias en nombre de los que consideramos a la música la primera y más excelsa de las Artes. Pero no quiero terminar esta albada sin referirme a las grandes carencias que en cuanto a infraestructuras musicales seguimos padeciendo en Teruel. Que tras tantos años no hayamos sido capaces de conseguir tener ni siquiera “UN” auditorio polivalente, habla poco en favor de la sensibilidad y capacidad de nuestros gestores públicos (Huesca por ejemplo tiene ya el suyo con un aforo de más de setecientas butacas). No sé tampoco qué está sucediendo con las instalaciones del Conservatorio en la capital, responsabilidad ésta del Gobierno de Aragón, y asunto que ya va para largo (cruzo los dedos para que no se nos convierta en un nuevo ataque de parálisis); y cómo no, pedir responsabilidades también al Ayuntamiento: se quejaba hace unos días en este mismo periódico un joven músico de la carencia de espacios para ensayar. Y es que no sólo hay que proporcionarles locales adecuados, sino que además hay que potenciar y mimar con gran esmero el trabajo de todos estos jóvenes artistas turolenses. El futuro está en la juventud: proporcionémosle los medios, facilitémosle el camino... no todos van a tener que trabajar en precario y dedicar titánicos esfuerzos como lo ha hecho nuestro admirado Jesús María Muneta.






CONSUELO




Escribo toda la tarde a partir de las seis y media más o menos, y a veces dejo de escribir para cenar y luego continúo hasta las once o más tarde. A este ritmo, podría terminar el libro para las navidades... Lo dice Antonio Muñoz Molina, que no yo (no se preocupen). Y sigue el de Úbeda confesando con la misma candidez: me da mucho miedo pensar que la novela no salga bien, porque en estos tiempos creo que es imprescindible y urgente para mí terminar una buena novela. Vital para mi buen nombre y para mi confianza en mí mismo tan debilitada últimamente... Agradezco que estos gurús de las letras nos hagan de vez en cuando confidencias de su realidad más cotidiana, de su tristeza, de su cansancio, de sus dificultades, incluso de sus inseguridades... qué quieren que les diga, es que aunque lo sepa, aunque conozca que son tan vulnerables como cualquiera, el que me lo cuenten, casi como en una confesión íntima –que de antemano sé que es pura invención interesada por mi parte y cómo no por la suya–, me hace sentirme menos sola, menos insignificante y más comprendida tal vez. Y es que la vida es vida para todos y de todo tiene para todos al final. Así que como aprendiz de los maestros me gustaría contarles algo también aquí de mí, algo personal de esta semana por ejemplo, quizás para sentirme más acompañada imaginando que a alguien que me lea le ha ocurrido lo mismo y nos consuele un poco a ambos... (¡privilegios de la complicidad entre lectores y escribientes!). Bien, pues brevemente déjenme que les cuente que esta semana me he descubierto que tenía no uno, sino varios enemigos. Y digo bien enemigos, porque quiero pensar que son sólo eso, “enemigos” en el sentido más antiguo que el término tenía: lo que mis admirados romanos llamaban in-imícus, es decir no-amigos. (Al final la palabreja terminó evolucionando a lo peor y del indiferente pasó a significar el que te agrede). Uno siempre se sorprende cuando se entera o sospecha (más bien sospecha, porque pocas veces te lo dicen) que a alguien no le caes lo que se dice muy bien; y es, supongo, por esa cierta altanería que te ciega los defectos propios, y a que siempre te has visto como un ser seráfico y apacible. Sin embargo, cuando las cosas pasan a mayores, al sectarismo y la infundia, sin haber causa de por medio (que tú sepas), empiezas a preocuparte seriamente. Y hasta aquí la confidencia, ya que como tú, amable lector, también a veces me puede la pereza para no andar polemizando y gastar tiempo y tinta en defenderme de agravios y encontronazos, especialmente en este día de fiesta y ya en plena primavera. Y como he empezado con una cita, termino con otra dedicada a tus enemigos, lector, y a los míos, juntamente va por ellos: “¡A paseo!” .





VESTIDO DE AZUL

Además de la ropa de trabajo –aquellos trajes con sus corbatas y camisas a juego que todos en el banco llevaban impolutas e impecablemente planchadas (era bien conocida la fobia del director hacia las arrugas, ya fuera en sus cada vez más jóvenes amantes o en el atuendo de sus empleados)–, él tendría este mes de abril su trajecito de guay, de tío enrollao. Consistiría éste en pantalón vaquero y cazadora a juego. Algo pasados de moda ambos, no tanto por lo que hacía que se los habría comprado sino porque el modelo ya estaría más que anticuado cuando los eligió, tenso y bastante atribulado, en aquella tienda en la que curiosamente nunca antes se había fijado. Había decidido comenzar de nuevo, y qué mejor manera que hacerlo con ropa que le hiciera más joven, más informal quizás. La compra fue a última hora de la tarde, la víspera de la que podría ser su primera cita. Hacía mucho que no hacía una cosa así: entrar a una tienda él solo y coger una prenda (casi cualquiera), y probársela, y descubrir un reflejo triste, con el que a duras penas se reconocía, en el espejo del probador; y tener que decidirse ya, sabiendo que no habría nadie esperando para ver cómo le quedaba, recomendarle otra talla, o decirle pruébate esto en lugar de aquello… Estas minucias imprevistas las llevaba mal, y lo mismo le pasaba con la comida: olvidaba comprar aceite, pero tenía los armarios a rebosar de paquetes de café y arroz. Sabía que algunas mujeres, tras el divorcio, aún se ocupaban de que sus exmaridos tuvieran la nevera llena y la casa ordenada, aunque finalmente, al comprobar que aquello podía ser interminable porque ellos cada día parecían necesitarlas más, decidían conseguirles la mejor de las asistentas (la que solucionaría eficazmente la intendencia del hombre y les libraría a ellas definitivamente de las inoportunas y constantes llamadas). Pero la suya no. Su divorcio fue un adiós y un nunca más en toda regla. Cincuenta y cinco son ya muchos años para empezar solo y más todavía si 30 lo han sido de casado. Esa tarde lo supo pronto, y reaccionó al vuelo: en una ciudad pequeña como aquélla sería difícil encontrar una mirada como la de esa dependienta. Con mucho, aquellos ojos habían sido lo más emocionante que le había pasado desde el portazo de su ex. Y no fue tiempo precisamente lo que le faltó para ir a casa, ponerse la ropa nueva y volver a esperarla frente a la luna del escaparate, que esta vez sí, esta vez le devolvió la imagen de alguien guay, de un tío enrollao esperando, enfundado en vaqueros, cual príncipe azul, su segunda oportunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario